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dilluns, 24 d’octubre del 2011

EL MIEDO ES PEOR QUE LO TEMIDO. Núria Costa.

Tu jefe te dice al llegar, muy seriamente, que tiene que hablar contigo en privado pero que no lo hará hasta última hora de la mañana, donde te ha citado en su despacho, tu hermana no contesta al teléfono desde hace dos días sin motivo aparente, la nota que te permite obtener ese título tan deseado todavía no ha salido publicada, los resultados médicos de una importante prueba necesitan una segunda valoración… Todas estas situaciones tienen en común que están llenas de incertidumbre. Esto implica que abren la posibilidad de pensar en ellas concluyendo con varias hipótesis, varias respuestas, que razonaremos cognitivamente según nuestro sistema de creencias.
La mayoría de nosotros, solemos experimentar mucho más sufrimiento ante algo malo  que puede ocurrir (como posibilidad) que  ante algo malo que va a ocurrir (con certeza).
Numerosas investigaciones han confirmado esta teoría. El experimento realizado por los investigadores de  la Universidad de Maastricht es un claro ejemplo de ello. En él se agruparon por un lado, a personas informadas de que recibirían una descarga eléctrica y por el otro, a personas que las recibirían igualmente  pero desconocían cuando sucederían éstas.  Los resultados concluyeron que aquellos que esperaron a que les llegara la descarga eléctrica no solo tuvieron miedo con más intensidad sino que sus corazones latían más rápido, sudaban más y se pusieron más nerviosos.
Daniel Gilbert, profesor de Psicología de la Universidad de Harvard, en un artículo publicado por el New York times aportó ideas muy interesantes sobre este asunto. Según este autor, preferimos saber algo malo, antes que sospecharlo pero ¿Por qué?
¿A qué se debe?
En primer lugar porque cuando recibimos una mala noticia, le ponemos conciencia cierta. Deja de ser una sospecha imaginada con multitud de respuestas posibles y pasa a ser una respuesta concreta a la que solo queda atener las consecuencias. Tenemos delante unas circunstancias que debemos afrontar y gestionar de la mejor manera que podamos o sepamos. En resumen; tenemos una evidencia; nos guste o no ésta.
En segundo lugar y en contrapartida, en una situación de incertidumbre, todo y que busquemos información para entender lo que sucede o que  nos preparemos mentalmente para un porvenir fatídico, no reducimos la ansiedad. Al contrario, la aumentamos. Nuestro cerebro está diseñado para que nos defendamos ante las amenazas. Por consiguiente, cuando sentimos que no controlamos una situación que puede tener un mal resultado y puede ser amenazante para nosotros, nuestro sistema nervioso simpático se activa y nos prepara así para la defensa, con multitud de síntomas fisiológicos. De ahí  que nuestras respuestas ante la incertidumbre, ante “el no saber”  nos provoquen cierto nerviosismo, pudiendo llegar a niveles altos de ansiedad.
Cabe decir, que aquí jugarán un papel importantísimo nuestros pensamientos acerca de la situación “temida” y entran en juego las distorsiones cognitivas que realizamos a la hora de atribuir resultados a una situación concreta. Con ello quiero decir, que la incertidumbre no es vivida igual para todos, sino que cada uno, con su propia manera de pensar provocará la existencia o no de un peligro. En palabras del profesor Glibert; “no saber, nos enferma” a lo que yo, considero más apropiado argumentar; el miedo, es peor que lo temido.

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