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dimarts, 19 de juny del 2012

QUERER TENER EL CONTROL. Gaspar Hernàndez.

No hay que resignarse, lo que resistirnos persiste. Lo que aceptamos se transforma. Es decir si a la vida.
Muchos casos de los que atienden los psicólogos se refieren a decepciones sentimentales.
Me paso el día rodeado de psicólogos. Siempre les pregunto cómo les va, y últimamente ha­blamos, como no podía ser de otro modo, de la crisis. De mis muchas conversaciones llego a la conclusión de que no hay más gente que acuda al psicólogo a causa de la cri­sis. Al contrario. En general estamos peor, con más estrés, más angustia, más de­presión, pero creemos que podemos ahorrarnos la inversión en nosotros mismos. La mayoría de psicólogos ven cómo disminuye su número de pacientes antes de Navidad y verano: hay muchos pacientes que nece­sitan ahorrar para comprar regalos o irse de vacaciones.
No lo juzgo; solo lo comparto con el lector. Al fin y al cabo, unas vaca­ciones en el Caribe pueden elevar el ánimo. Aunque regresemos con ga­nas de divorciarnos y pensando que todo está igual y la vida no merece la pena. O sea, que, rectifico, sí lo juzgo (un poco): una inversión en uno mismo, en el autoconocimiento, es una buena inversión.
El caso es que les digo, a !os psicólogos: «Supongo que el tema que más os ocupa en la consulta es el de la crisis». Me responden que no. Más de la mitad de la consul­tas en Catalunya tienen relación con decepciones o frustraciones sentimentales. Con el sufrimiento amoroso. Divorcios. Infidelidades. Y todo el dolor que conllevan. En el fondo guardan relación con la fal­sa idea de lo que llamamos amor. De lo que según nuestra cultura, y Hollywood, y las películas de Walt Disney, tendría que se rel amor. Una sociedad enamorada del enamo­ramiento. Aún no ha prestigiado el amor profundo, que llega -si llega-­ después del enamoramiento.
Pero si en algo coinciden mis amigas y amigos psicólogos es en que la mayoría de visitas están relacionadas con lo que podría­mos llamar necesidad de control. De control de la vida. De lo que nos sucede y nos tendría que suceder. Y cuando la vida no es como nos la imaginábamos, nos hundimos. Lo dice el psicólogo gestáltico Joan Garriga:
«La vida tiene sus propios propósitos, que a veces no coinci­dencon los nuestros.A veces lavida nos somete a crisis, a emergencias espirituales. A veces nos obliga a replantear nuestro status y nuestra relación con los demás».
La crisis nos obliga a replantear nuestro estatus; con lo cual, indirec­tamente, sí que hay un porcentaje de consultas relacionadas con la cri­sis. Hombres que pierden el empleo o se prejubilan y tienen la sensación de perderlo todo, porque el empleo -aparte de una forma de ganarse la vida- era una especie de identidad, de estar en el mundo. Una máscara, quizá.
¿Qué podemos hacer cuando la vida decide por nosotros? ¿Resig­narnos? De ningún modo. Todos los especialistas coinciden en cambiar la palabra resignación, por acep­tación. Lo que resistimos persiste. Lo que aceptamos se transforma. Decir sí a la vida con mayúsculas; es decir, con todo lo que conlleva, que no siempre es como lo habíamos planeado. La mejor herramienta para la aceptación, para este sí, es la flexibilidad.
Pero cada vez somos más rígidos. Cada vez queremos tener­lo todo controlado, el trabajo y el sueldo y la prima de riesgo. Y todo para toda la vida. Y que nada se dispare. Y todo se dispara y todo se transforma. Solo aquellas personas que han hecho un mínimo trabajo personal, que conectan con su cen­tro, dejan de ser una veleta que se mueve según el viento que sopla. Por eso no me cansaré de decir que todas estas herramientas, empe­zando por la gestión de las emociones, se tendrían que ense­ñar en las escuelas .


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