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dissabte, 18 d’agost del 2012

VENCER EL PÁNICO ESCÉNICO. Ferran Ramon-Cortes. El País Semanal 12/08/12


En el trabajo y también en nuestra vida particular, a veces nos toca hablar en público. Y súbitamente sentimos un terror que nos paraliza. ¿Se puede superar?
La clave para que este terror puntual no vaya a mas está en entender que es un proceso natural que dura poco tiempo.
No sé quién lo estaba pasando peor, si ella en el escenario, incapaz de articular una sola palabra, o todos los que la observábamos. Se situó en el centro de la escena, empezó a titubear y no fue capaz de arrancar. Más tarde nos confesó que no entendía qué le había ocurrido y que había pasado uno de los peores momentos de su vida.
Muchos hemos sentido el azote del pánico escénico en algún momento. En el trabajo o en nuestra vida particular. En una presentación formal o en una fiesta familiar. A veces, cuando menos lo esperábamos. Yo participo habitualmente como orador en grandes foros, y sentí el pánico más profundo al dirigir unas palabras a un grupo de recién licenciados en su graduación, algo que en teoría no debería haberme inquietado lo más mínimo.
Y para algunos, el pánico se ha quedado instalado en su interior para siempre, haciendo de cada ocasión en la que se han de dirigir al público una amarga experiencia.
El pánico escénico se puede traba­jar, no tenemos porqué aceptarlo como "un mal inevitable", y para ello nos será de utilidad distinguir entre distintos tipos de miedo escénico, que tienen distintas raíces y, por tanto, distinto abordaje.

PÁNICO PUNTUAL
"El cerebro humano funciona desde que naces, y nunca se detiene hasta que te levantas           para hablar en publico" (sir GeorgeJessen)
Hay un pánico escénico natural, inevitable hasta cierto punto, que es aquel que sentimos en el instante en que nos nombran para que tomemos la palabra. Procede del hecho de que nues­tro organismo, cuando tiene que abordar una situación compleja (de tensión, de riesgo o compro­metida), se pone en alerta liberan­do adrenalina al torrente sanguí­neo. Pero la adrenalina, además de poner nuestros sentidos en alerta, lo que hace es generamos taquicardia, sudoración y otras manifestaciones de inquietud, que nos impiden empezar serenamente nuestra intervención.
La clave para que este pánico pun­tual no vaya a más está en entender que es un proceso natural, que dura muy poco tiempo, porque nuestro organis­mo enseguida se autorregula. Pero si en el momento álgido en que sentimos es­tas manifestaciones físicas, empezamos a ponernos nerviosos y a sufrir, vamos a retroalimentar el proceso, provocando una nueva liberación de adrenalina y haciendo que estemos sobreestimulados todo el tiempo y que tengamos po­cas probabilidades de hacerlo bien.
Cuando sentimos la aceleración del pulso o cualquiera de las primeras manifestaciones de inquietud, tenemos un mensaje que darnos: "enseguida pasará". Así es como lograremos que nuestro organismo se autorregule y recuperemos la normalidad. 

AUTOGENERADO
"En realidad, el ahogamiento se debe a un error mental concreto: pensar demasiado" (Jonah Lehrer)
Hay otro tipo de pánico escénico que procede directamente del sabotaje de nuestra mente: ante una inminente in­tervención, si en vez de confiar en nues­tra preparación y nuestras habilidades empezamos a pensar en cómo lo vamos a hacer, entraremos en una espiral de pensamiento racional que acabará se­cuestrando nuestra mente y anulando nuestra habilidad natural para hacerlo bien y salir airosos.
Jonah Lehrer lo describe con la expre­sión "ahogarse con el pensamiento". Nos dice que hay una voz interior muy nega­tiva que nos debilita, de forma que nos acaba saboteando. Cuenta que este aho­gamiento normalmente se atribuye a un exceso de emoción cuando en realidad se debe a un exceso de pensamiento.
Cuando empezamos a pensar en cómo tenemos que empezar, cómo te­nemos que gesticular, cómo nos saldrá, qué frase ponemos delante de qué otra frase, cómo conseguir tener entreteni­do al auditorio, y todo esto lo hacemos justo antes de empezar, estamos sen­tando las bases para caer en este sabo­taje mental. Y si cuando empezamos a hablar ante los demás, en lugar de concentrarnos en lo que estamos diciendo, empezamos a evaluar y juzgar cómo lo hacemos, caemos también en el mismo error, ya que nuestra mente está más pendiente del juicio que nos realizamos a nosotros mismos que de lo que esta­mos intentando explicar.
La solución a todo ello no es otra que confiar en las capacidades ya entrena­das, en que sabemos hacerlo y podemos hacerlo. Y algo muy importante e im­prescindible que se debe hacer durante los diez minutos previos: no pensar en absoluto en nuestra presentación. 

INSTALADO
"Hay que tratar de ver ese momento tal como es, sin nuestros filtros habituales". (Garr Reynolds)
Hay un tercer pánico escénico de base que podemos identificar porque ante la sola posibilidad de tener que hablar en público, sea dentro de tres días o de tres semanas, ya lo sentimos. No es un páni­co del momento, sino que lo llevamos dentro.
Este pánico escénico procede gene­ralmente de una mala experiencia: un día tuvimos que dirigirnos a los demás, oímos nuestro nombre, se nos aceleró el corazón, se nos secó la garganta y nos quedamos en blanco. Y esta secuencia se ha grabado en nuestro cerebro de for­ma indeleble de manera que es la rutina que ejecuta cada vez que tenemos que hacer una nueva intervención.
¿Cómo podemos anular esta progra­mación errónea? La forma más eficiente consiste en sustituirla por una progra­mación que nos ayude: oímos nuestro nombre, salimos tranquilamente a es­cena, empezamos a hablar, la gente res­ponde con complicidad, mantenemos la serenidad en todo momento y hace­mos una buena intervención.
Esto es lo que queremos que pase, y esto es lo que queremos grabar en nues­tro cerebro. Y aquí interviene un factor fundamental, y es el hecho de que nues­tro cerebro aprende tanto de las expe­riencias vividas como de su simulación. Así pues, no hace falta vivir una buena experiencia de presentación. Es sufi­ciente con imaginarla.
Y en cualquier caso, conviene prac­ticar, es la mejor receta frente al pánico escénico sea de la naturaleza que sea. Nunca nuestra primera intervención será especialmente buena, pero seguro que sí lo será la que hace cien. Podemos empezar a ejercitarnos en situaciones de riesgo controlado e ir saliendo pro­gresivamente de nuestra zona segura. Sea cual sea el pánico que sintamos, es una terapia que nunca falla.

Para conseguir evitarlo
1. Realizar ejercicios de respiración profunda unos minutos antes de la intervención.
2. No repasar el guion ni pensar en los contenidos en los diez minutos previos: lo que sabemos ya lo sabemos. Lo que olvidemos nadie lo echará en falta.
3. No pensar en "cómo lo tengo que hacer": Confiar en nuestros recursos internos, que previamente hemos entrenado.
4. Relajarse: rememorar una situación agradable, pensar en una persona querida, sentir emociones positivas.
5. No tener prisa por empezar. Tomar posesión del espacio escénico y mirar a la gente antes de pronunciar la primera palabra.
6. Un ejemplo: El discurso del rey, dirigida en 2012 por Tom Hooper y protagonizada por Colin Firth. Constituye un testimonio excepcional de cómo vencer el pánico escénico. Se trata de un caso basado en la realidad.

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