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divendres, 14 de desembre del 2012

GENTE OCUPADA. Gaspar Hernàndez.


Existe una frase manida entre los líderes empresariales: «Si quieres que un trabajo se haga, dáselo a una persona ocupada».
Shaa Wasmund y Richard Newton escriben en Deja de hablar y comienza a actuar (Empresa Activa) que están a favor de las personas ocupadas porque, según ellos, alguien que ya está ocupado no tiene tiempo para quejarse y retrasarse. Tiene que dar prioridad a las cosas importantes y hacerlas.
Sin embargo, en el día a día vemos a personas cuya ocupación no alcanza niveles óptimos porque no saben priorizar. Se dedican a los asuntos urgentes, en lugar de hacerlo con los importantes. Y su actividad está llena de estrés, de sensación de urgencia; y eso conlleva hacerlo todo con un cierto descuido, y solo pensando en el corto plazo.
Ya lo dijo Stephen Covey, autor de Los siete hábitos de la gente altamente efectiva: no tiene sentido ocuparse en subir por la escalera si está apoyada en la pared equivocada.
Las hormigas también están muy ocupadas. A ellas les va bien. En lo que se refiere a nosotros, lo ideal sería alinear nuestras ocupaciones de acuerdo con nuestras prioridades y valores.
Si tenemos que encargar algo a alguien ocupado, o a otro que se pase el día en el bar, criticando lo mal que está el mundo y arreglándolo con su filosofía particular, probablemente optaremos por el ocupado. Aunque aparentemente él no tenga tiempo, y el del bar, sí.
Según un proverbio chino, hablando no se cuece el arroz.
Benjamín Franklin, que vivió en el siglo XVIII, fue el prototipo de hombre ocupado. Pero supo gestionar el tiempo de tal forma que fue capaz de lo siguiente: inventar el pararrayos; crear la primera biblioteca pública de Norteamérica; ser uno de los padres fundadores de Estados Unidos, lo cual quiere decir que fue uno de los redactores de la Constitución de EEUU y también de la Declaración de Independencia.
Franklin fue también editor de un periódico; el primer embajador estadounidense en Francia; organizó el primer servicio de bomberos en Pensilvania, y cartografió la corriente oceánica que hoy conocemos como corriente del Golfo.
Para Wasmund y Newton, este personaje fue el modelo ideal de hombre ocupado que, además, sabía gestionar su tiempo. Franklin cada día se hacía dos preguntas.
Por la mañana: ¿qué voy a hacer hoy de bueno?
Por la noche: ¿qué he hecho hoy de bueno?
La fuerza de voluntad no es suficiente. Según los autores, con voluntad pero sin planificación, no llegaremos a ningún lado. Se trata de establecer una meta -razonable, y accesible-, y un plan. Dividir las grandes metas en pequeños objetivos asumibles. Si hacemos que la tarea sea manejable y fragmentada, reducimos la posibilidad de sentirnos agobiados por ella, y aumentamos las oportunidades para obtener pequeños éxitos a lo largo del camino.
Eso sí: tendremos que elegir entre pasarnos el día en el bar solucionando el mundo (y no tengo nada contra los bares), o trabajando en una zona que la mayoría de las veces es incómoda. Wasmund y Newton sostienen que si nos sentimos incómodos, estamos en el lugar correcto. «La zona de incomodidad es un estado por el que debes pasar si quieres introducir algún cambio importante en tu vida», afirman. Y lo ilustran con un yogui sentado en un colchón de clavos, pero relajado. «Renuncia a la tele». «Levántate una hora antes», concluyen.
Como dijo Pablo Picasso: «Deja para mañana solo lo que no te importe no haber hecho cuando mueras».


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