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dimarts, 7 de maig del 2013

Practicar la gratitud. Irene Orce. La Vanguardia.


“El agradecimiento es la memoria del corazón”, Lao Tsé
Gracias. Una palabra tatuada en muchas de las interacciones que mantenemos cada día. A veces la pronunciamos acompañada de una sonrisa; otras, a regañadientes. Pero en la mayoría de ocasiones surge de forma automática, como una mera fórmula de cortesía. De ahí que muchos de los ‘gracias’ que decimos estén alejados de aquello que debería inspirarlos: la gratitud. Ésta emoción surge en respuesta al reconocimiento de un favor que se nos ha concedido. Es un sentimiento puro y profundo, además de poderoso. Es capaz de cambiar nuestra actitud, nuestro estado de ánimo, nuestra manera de interpretar nuestras circunstancias y la realidad que nos rodea. Además, también tiene la capacidad de cambiar las respuestas o reacciones de nuestros interlocutores, y en última instancia, de transformar nuestras relaciones. Podríamos decir que ‘gracias’ es, sin lugar a dudas, una palabra mágica.
Lo cierto es que su simple mención abre puertas y corazones. Entre otras muchas bondades, funciona como una suerte de lubricante social que facilita las relaciones con todas las personas de nuestro entorno. Pero más allá de la practicidad, el agradecimiento es también una actitud ante la vida. Tal vez sea el momento de plantearnos ¿qué nos aporta la gratitud? ¿De qué manera influye en nuestras relaciones? Y ¿cuáles son los efectos de ser agradecido?
Cuando nos sentimos agradecidos conectamos con la abundancia en todas sus dimensiones. No en vano, somos capaces de valorar y apreciar todas aquellas cosas que damos por sentadas cada día. Cosas tan simples como que al pulsar un interruptor se encienda la luz, o que al encender el grifo en la ducha fluya el agua caliente. Un sencillo gesto de cariño, una sonrisa inesperada o un instante de armonía. Lamentablemente, a menudo tendemos a olvidar u obviar aquellas cosas a las que estamos ‘acostumbrados’ y que consideramos ‘aseguradas’. La gran mayoría de seres humanos solemos centrarnos en todo aquello que nos falta, o en lo que gustaría tener. Vivimos instalados en el deseo y en la expectativa. Y la dirección de nuestro foco de atención marca nuestras conductas, nuestras actitudes, nuestras metas y en última instancia, nuestra manera de experimentar y de interpretar nuestras circunstancias. En este escenario, el agradecimiento aparece como un antídoto que nos hace posicionarnos en un lugar mucho más sano y constructivo a la hora de enfrentarnos a los obstáculos que nos pone la vida.

Cuando decir gracias no es suficiente
“Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no darlo”, William Arthur Ward
Aunque desde pequeños aprendemos a dar las gracias, pocas veces prestamos atención al verdadero significado de esta palabra. Proviene del latín ‘gratia’, que deriva de ‘gragus’, cuyo significado es agradable o agradecido. Pero ¿En qué consiste ser agradecido? A grandes rasgos, supone reconocer la actitud, conducta o acción de alguien que influye positivamente en nuestra vida. Dar las gracias es la respuesta más común, espontánea e inmediata cuando aflora esta situación, pero más allá del convencionalismo existen miles de maneras de mostrar nuestro agradecimiento. A menudo, la palabra ‘gracias’ se queda corta. Está tan desgastada por el uso que ha perdido significado y contenido. De ahí la importancia de convertirla en acción. De este modo, demostramos a la otra persona que apreciamos verdaderamente lo que ha dicho, hecho o compartido.
Para hacer tangible nuestra gratitud, los pequeños detalles son un vehículo más poderoso que las palabras. En este escenario, la creatividad toma las riendas. Se trata de ponerse en la piel del otro –ejercitando nuestra empatía- y encontrar un gesto que nos permita mostrarle que le valoramos y nos sentimos afortunados de que forme parte de nuestra vida. Y aunque lo hagamos por él, también repercute en nosotros. La gratitud nos enseña la satisfacción que existe en ser cómplices de la felicidad ajena. El gozo de dar, aportar y compartir. Y por otra parte, equilibra nuestra tendencia a centrarnos en ‘recibir’ o en ‘lograr’ todo aquello que deseamos. Porque cuando vivimos centrados en recibir, nos posicionamos en la escasez. Partimos de la base de que nos falta ‘algo’. Y asumimos el rol de ‘víctimas’. Pero esta actitud termina por pasarnos factura. Causa conflictos en nuestras relaciones, y nos aleja del bienestar que tanto anhelamos.
Para conectar con el agradecimiento tenemos que ganar en flexibilidad y perder en rigidez. No en vano, agradecer lo tiene todo que ver con apreciar, valorar y vivir en el presente. Eso significa aprender a hacer las paces con el hecho de que la vida en general no es como nosotros creemos que debería de ser. No en vano, las expectativas y nuestra visión de la realidad influyen de forma determinante en nuestra capacidad de agradecer. Sin embargo, la gratitud es un músculo. A medida que la entrenamos, cada vez percibimos más cosas por las que sentirnos agradecidos. De ahí que sea una buena idea poner en práctica un ejercicio muy sencillo, propuesto por el padre de la psicología positiva, Martin Selligman: durante una semana, cada noche, antes de acostarnos, pensar en tres cosas que nos hayan sucedido ese día que nos hagan sentir agradecidos. Es el primer paso para empezar a ver nuestra vida desde una perspectiva más constructiva. El primer día puede resultar difícil, pero si somos constantes podremos ver cómo cada vez surge de manera más natural.
De la mano del agradecimiento surge de forma natural la valoración. Es decir, la capacidad de apreciar lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos en el momento presente. Paradójicamente, cuanto más valoramos nuestra existencia, más abundancia experimentamos en la dimensión emocional de nuestra vida. La cultura del agradecimiento nos brinda la perspectiva necesaria para responder de la manera más eficiente, responsable y consciente posible ante los retos e imprevistos que surgen en nuestro día a día. En última instancia, nuestra capacidad de apreciar y valorar lo que sí forma parte de nuestra vida es tan ilimitada como lo es nuestra imaginación. Y eso es precisamente lo que nos permite disfrutar plenamente de nuestra existencia.

El arte de valorar y apreciar
“Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos”, Daniel Defoe
La auténtica gratitud nace del aprendizaje derivado de todo lo que hemos vivido. Para desarrollarla, tenemos que ser capaces de modificar nuestra manera de pensar, dejando de interpretar todo lo que nos sucede como “problemas” para comenzar a ver las “oportunidades de aprendizaje” que hay detrás de cada situación ‘complicada’. Así podremos romper el círculo vicioso que nos lleva a acordarnos cada vez que algo que consideramos ‘malo’ ocurre, y a olvidarnos de muchas de las veces que nos sucede algo positivo o beneficioso. Al fin y al cabo, todos los tropiezos, errores y meteduras de pata encierran lecciones valiosas. Nos moldean y esculpen hasta definir la persona que somos.
Llegados a este punto, vale la pena explorar lo que sucede cuando somos el objeto del agradecimiento ajeno. Cuando alguien nos da las gracias, despierta una sensación agradable en nuestro interior. Y merece la pena disfrutarla. Pero tenemos que ser cautos para no caer presos de la certeza de que nos ‘deben’ esa gratitud. De vez en cuando resulta útil cuestionar nuestras motivaciones para verificar si están alineadas con nuestros valores. Si nuestro gesto es auténticamente desinteresado, no nos perturbaremos pensando: “¿Cómo puede ser que no me den las gracias?” Más bien recibiremos lo que venga (o lo que no venga) con la convicción de que hemos sido coherentes con nosotros mismos.
Practicar la gratitud es una tarea que requiere de tanta constancia como determinación. Pasa por honrar todos los pequeños gestos y detalles que vivimos en nuestro día a día con ilusión. Por hacernos más conscientes del significado de esa palabra mágica, dejando de utilizarla como una mera fórmula de cortesía. Y sobretodo, por poner en práctica el agradecimiento como actitud. Aprovecho estas últimas líneas para agradecerles sinceramente su tiempo y complicidad. Si no me brindaran su atención, no tendría la posibilidad de hacer algo que me apasiona: escribir. ¡Gracias!

En clave de coaching
  • ¿De qué manera puedo convertir mi agradecimiento en acción?
  • ¿En qué medida agradecer me ayuda a disfrutar?
  • ¿Qué me estoy resistiendo a agradecer?


Libro recomendado
‘El Efecto Gratitud’, de John Demartini (Urano)

© Extracto del artículo publicado en el suplemento de La Vanguardia ‘Estilos de Vida’ (ES)

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