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divendres, 11 d’octubre del 2013

Trilogia sobre el amor I. El velo de la pasión. Isabel Larráburu.

Amelia no pudo evitar oír en la cola del cine al fantasmón chistoso pagado de sí mismo que no interrumpía su locuacidad desbocada ni para tomar aliento. Era imposible saber a quién hablaba porque lo único que oía era su voz. Tan notoria y alzada que hasta el resto de la cola se había callado para oírlo o por no poder dejar de oírlo. Era tan ostensible la falta de sustancia de la matraca, que no pudo evitar girarse para conjuntar la voz con la presencia.
El hombre, en pleno declive cincuentón, sin paliativos ni remiendos, no era precisamente un metrosexual ni un übersexual. Su apariencia era sebosa y descuidada. Su temperamento, el de un parlanchín egocéntrico encantado de haberse conocido en plena labor de caza de una mujer más joven que él.
Abochornada por haber sentido una loca pasión por él hace unos años, Amelia empezó a partir de entonces a investigar las razones porqué una mujer como ella había llegado a comportarse y sentir, en su momento, de una forma que, actualmente, no le confesaría a nadie.
Amelia no cesó en sus indagaciones porque sus “pasiones” sucesivas por seres impresentables, en ocasiones, la intrigaban demasiado. Había llegado a descubrir por sí misma que ese fenómeno era destructivo y maligno, pero le costaba entender por qué le pasaba y cómo superarlo. Siempre había pensado que las historias bonitas tenían que empezar por un enamoramiento embriagador, o al menos eso era el cuento que le habían contado.
Sus “arrebatos pasionales” habían empezado en la adolescencia con un admirado profesor, y nunca habían cristalizado en algo sólido y sustantivo. Estos terminaban mal porque, o bien no era correspondida o bien iniciaba relaciones de pena, frustrantes y frustradas, que confundía con amor. Llegó a pensar que era una buscadora de sensaciones con tintes adictivos.

UNA EXPERIENCIA CERCANA AL DELIRIO.
La pasión impide gravemente una evaluación correcta del objeto de deseo. De hecho, como veremos más adelante, cuando alguien está viviendo una pasión, su cerebro segrega sustancias que también están presentes en gran cantidad en trastornos psiquiátricos graves como la esquizofrenia (dopamina). Hasta las personas más inteligentes y racionales pueden caer en este estado. No es fortuita la expresión inglesa “fall in love” (caer en el amor) que recuerda a caer enfermo.
La pasión es un fenómeno estático y circular, caracterizado por una expectativa no realista de placer romántico, sin posibilidad de crecimiento positivo ni desarrollo. Entre sus rasgos definitorios se encuentran las siguientes carencias: la falta de confianza, la ausencia de lealtad, la falta de compromiso y falta de reciprocidad. No es necesariamente el preludio de una historia de amor. De hecho la pasión es un fenómeno individual, a diferencia del amor. La pasión está vinculada a una fantasía, a la idealización de otra persona. No a su realidad.
El amor es un proceso dinámico cuya cualidad es el crecimiento a medida que la persona madura. Implica compartir emociones, confianza y el crecimiento de la relación.

CARACTERÍSTICAS DE LA PASIÓN
Hace percibir al objeto deseado con un filtro que selecciona preferentemente los rasgos positivos.
Sitúa al deseado entre las primeras prioridades.
Hace palidecer a los otros seres humanos del entorno en comparación con el deseado.
Encubre con un velo los aspectos destructivos de una relación que potencialmente pueden degradar la auto estima.
Hace que la persona se autoengañe pensando que vive una “historia de amor”.
Es totalmente incompatible con la tarea de decidir objetivamente si una persona es adecuada.
Hace creer que solo esa persona puede cubrir las expectativas y necesidades.
Se parece al amor verdadero en la preocupación por el otro y en la fuerte atracción.
Tiene características obsesivas y adictivas.
Tiene los días contados, siempre se acaba desvaneciendo.
Muere en el momento que la fantasía amorosa contrasta con la realidad y se llega a conocer adecuadamente a la persona deseada.
La pasión no es amor.

Para el profesor de Psicología en la Universidad de Yale, Robert Sternberg, la pasión es solo un lado del triángulo equilátero que compone el amor consumado. Sternberg desarrolló la teoría triangular del amor, con la cuál explica sus tres componentes. Estos son:
  • La intimidad. El sentimiento de cercanía que obtiene una pareja que se atreve a asumir el riesgo mutuo de mostrar sus sentimientos y pensamientos más íntimos.
  • La pasión. Es la activación emocional y química que lleva al romance, la atracción física y la interacción sexual.
  • El compromiso. Es la decisión de la persona de amar a alguien (al principio) y a mantener (después) una relación que se está desarrollando.

La combinación de estos tres factores da lugar a siete distintos tipos de amor. A lo largo de la relación, estos tipos de amor pueden cambiar para los componentes de la pareja.
  • Amistad. Se compone de intimidad sin compromiso ni pasión.
  • Enamoramiento (“infatuation”). Cuando solo ocurre la experiencia pasional.
  • Amor vacío. Presencia de compromiso sin pasión ni intimidad. Característico de las relaciones estancadas que se mantienen por el bien de los hijos o por las apariencias.
  • Amor de compañeros. Presencia de intimidad y compromiso, pero sin pasión. Típico de parejas bien avenidas que han estado juntas mucho tiempo.
  • Amor ilusorio. Combina aspectos de pasión y compromiso, pero sin ninguna intimidad. Los componentes no se conocen en realidad.
  • Amor romántico. Presencia del componente pasional e intimidad, pero sin compromiso.
  • Amor consumado. Sucede cuando los tres componentes de la teoría de Sternberg están presentes: pasión, intimidad y compromiso.

Teoría triangular del amor de Sternberg.

Intimidad – gustarse.
Izquierda: romanticismo.
Derecha: compañerismo.
Centro del triángulo: amor completo o consumado.
Debajo: Amor ilusorio.
Pasión – enamoramiento.

Abajo derecha: compromiso –vacío.


LA ATRACCIÓN ANIMAL.
Que nadie se escandalice por la actitud aguafiestas de los científicos. La antropóloga Helen Fisher, investigadora en la Rutgers University de New Brunswick, New Jersey, de los EEUU ya avisó sin tapujos en su artículo “The biology of attraction” en la revista Psychology Today, que no era su pretensión ser “políticamente correcta”. Según sus investigaciones, “gran parte del cortejo y emparejamiento humano está coreografiado por la naturaleza”. Cupido se traslada humildemente a su escenario literario y se ve arrinconado a la luz de las últimas investigaciones de la ciencia. Para Fisher, la experiencia del enamoramiento puede encararse como un instinto biológico que incluye deseo sexual, amor romántico y apego. Las tres experiencias son distintas entre ellas pero su finalidad es la reproducción exitosa. El deseo sexual nos induce a la caza del compañero, la pasión romántica estrecha el foco y la energía hacia un solo individuo y el apego induce a apegarnos a la pareja para criar a la descendencia.
Los tres sistemas están coordinados en el ámbito neuroquímico, cada uno con sus respectivas hormonas.
Cuando nos sorprende algo nuevo, los niveles de dopamina y noradrenalina se incrementan. En la fase inicial de la pasión, estas sustancias generan tal euforia que podemos perder el hambre y el sueño. Además, Fisher iguala pasión a adicción. Sostiene que cualquiera que sea el factor estimulante, cocaína o la chica de la Facultad, los altos niveles de química activan y ponen en marcha el sistema cerebral de recompensa. Prosigue diciendo que  la pasión es un ansia, un “mono” un desequilibrio homeostático que nos lleva a perseguir a cierta persona y a experimentar emociones tales como  euforia, esperanza, o desesperación y rabia.
La acción de la dopamina decae a su tiempo, dando lugar a otras sustancias como la vasopresina y la oxitocina, las hormonas que acompañan el apego duradero. Estas hormonas, que se segregan durante el acto sexual, favorecen el vínculo necesario para criar a los hijos.
Añade Fisher que para estimular una pasión apagada, no hay nada como una separación forzada o las discusiones. Estas últimas provocan una subida de adrenalina y química activadora que explica en parte las reconciliaciones fogosas. Las separaciones forzosas o impedir que los enamorados estén juntos (el síndrome de Romeo y Julieta) hacen que la recompensa se aplace. De este modo la secreción de estimulantes cerebrales se mantiene sostenida. Esto da lugar a la “atracción de la frustración”  que hace que las barreras provoquen un mayor deseo.
Todos sabemos que el amor es más que eso, no hay duda. Pero aquí no hemos hablado de amor, sino de arrebatos pasionales y enamoramientos obsesivos. El amor es otra cosa.


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