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dissabte, 19 d’abril del 2014

Al sorprendernos riendo nos miramos y nos pusimos a llorar. Ann Hood. La Contra.

Ann Hood, escritora
Tengo 57 años. Nací y vivo en Rhode Island. Me licencié en Literatura Americana y he publicado 13 novelas. Estoy casada y he criado tres hijos, pero Grace murió. Soy liberal y me gusta Obama. No voy a la iglesia aunque siento que hay algo más grande que nosotros

DOLOR Y LUZ
Annabelle, la hija adoptiva de Ann, permanece junto a su madre mientras hacemos una emotiva entrevista a raíz de la publicación en España de su novela El hilo rojo (Booket), que, siendo totalmente independiente, enlaza con El círculo del punto. Ambas están basadas en su experiencia. La segunda se inspira en cómo haciendo punto empezó a superar el trauma de la muerte repentina de su hija de cinco años. En El lazo rojo vuelca su experiencia, y de otras familias, de la adopción de una niña china y los motivos que la llevaron a ello. Me sorprendió ver una mente muy bien estructurada al servicio de un corazón que no teme sufrir. En su profundidad hay dolor y también luz.


En el 2002 mi hija Grace, de cinco años, murió de una variante agresiva de estreptococo. Fue una muerte repentina. Un día estaba sonriente y al día siguiente moría.

...
Mi hijo Sam tenía ocho años. Fue terrible para la familia. Mi marido, mí hijo y yo estábamos en estado de shock. Tras la muerte de Grace y durante muchos meses no pude ni leer ni escribir, así que las dos cosas que me habían consolado a lo largo de mi vida dejaron de funcionar. Nada tenía sentido.

¿Cómo salió de ahí?
Una amiga me dijo que tejiera. A mí no se me daba bien coser, pero estaba tan mal que lo probé. Iba a casas de amigas y tejíamos juntas, y por las noches tejía y tejía. Hice muchas bufandas, demasiadas.

¿Recibía ayuda psicológica?
Iba a grupos de duelo, pero tejer se convirtió en otra terapia. Al cabo de un año pude leer un libro. Tejer me había ayudado a atravesar el duelo y pensé que me gustaría explicarlo. Así nació El círculo del punto.

¿Y su marido, y su hijo?
Cada uno pasaba el duelo de forma distinta y todos supimos respetarnos. Mi marido trabajaba y trabajaba. Las raíces del árbol que hay frente a nuestra casa levantaron la acera. Se pasó tres años entrelazando ladrillos y haciendo un dibujo en la acera, esa fue su manera de tejer.

¿Su hijo?
Estudiaba teatro y hoy es actor. Sus compañeros lo rodearon de amor y pizza. El teatro se convirtió en su segunda familia.

¿Perdieron la alegría?
Del todo, es difícil explicar el ambiente que reinaba en casa. Durante semanas y meses tropezábamos continuamente con cosas de Grace, un clip del pelo, sus zapatillas de ballet. Tardamos dos años para que la niebla de la pena dejara pasar algo de luz.

¿Recuerda cuándo volvieron a reír?
Fue viendo una película, y al sorprendernos riendo nos miramos unos a otros y nos pusimos a llorar: nos sentimos culpables de reír. Dos años después de la muerte de Grace, un día, en el coche, miré por el retrovisor y vi que Sam estaba llorando. Se me partió el corazón y me dije que tenía que hacer algo, y de repente supe el qué.

Adoptar a una criatura.
Sí, un niño trae alegría. Fue uno de los momentos de claridad que he tenido en mi vida: hay niños que necesitan una familia y nosotros necesitábamos un niño. Pero pensaba que mi marido no estaría de acuerdo.

¿Cómo se lo dijo?
Nos fuimos a una playa en Massachusetts a acampar. Recuerdo que el faro me pareció una metáfora de esa posibilidad de volver a iluminar nuestras vidas. "Tengo algo que proponerte", te dije. "Yo también", me contestó. ¡Los dos tuvimos la misma idea!

¿Qué entendió cuando llegó su hija?
Informándonos sobre la cultura china, país del que es originaria Annabelle, oí hablar de una creencia oriental milenaria que cuenta que existe un hilo de seda del destino. Cuando nace un niño ese hilo rojo conecta su alma con todas aquellas personas, pasadas, presentes y futuras que desempeñarán un papel importante en su vida.

Bonita creencia.
Ese hilo puede deshilarse, enredarse, pero jamás romperse. Enseguida pensé que eso significaba que Grace todavía estaba conectada con nosotros, y que esa niña que me estaba esperando también lo estaba. Y ocurrió algo muy significativo.

¿Qué ocurrió?
Meses después, cuando nos llamaron para decirnos que ya teníamos una niña asignada, nos dijeron que tenía 9 meses y que había nacido el 18 de abril. Me quedé helada: el mismo día que murió Grace.

Qué extraño.
Miré a mi marido... "Ese día triste ha de convertirse en un día de celebración", me dijo.

¿Se le ha ido la tristeza?
Nunca desaparece, es como si te hubieran clavado una aguja en el corazón, pero aprendes a convivir con ella.

¿Qué ha aprendido en este proceso?
Que cuando sientes tanto dolor es imposible imaginar que puede haber alegría. Ahora le digo a la gente que la alegría está ahí, pero que no hay ningún atajo, hay que atravesar el dolor para llegar a ella.

Enterrarlo es inútil.
Mi hermano también murió de repente en un accidente casero y vi como mi madre pasaba por todo este proceso. Esa pérdida pasó a ser más importante que yo. Se convirtió en lo más importante para nuestra familia. Por eso cuando murió Grace me ocupé de que Sam supiera que él era más importante que la muerte de su hermana

¿Qué hace que podamos volver a amar?
Una fe ciega.

¿...?
Cuando era una adolescente, el chico del que estaba enamorada me invitó a navegar. ¡Era tan guapo! Hacía mucho viento y una gran corriente, y el chico me dijo en bruma: "¡A ver si te atreves a saltar del barco!". Ni me lo pensé. Creo que abrir el corazón es algo parecido a esto. Saltas.



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