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diumenge, 20 d’abril del 2014

Las etapas del humor infantil. Piergiorgio M. Sandri. La Vanguardia.

Se ríen (y sonríen) más que los adultos. Y sobre situaciones o aspectos que los padres no encontrarían tan divertidos. Los pequeños tienen su propio sentido del humor
Los niños se ríen hasta diez veces más que los adultos. Los números son implacables. Investigaciones recientes han demostrado que un pequeño puede reírse hasta 400 veces al día (con una media de 300), mientras que el adulto más alegre no supera las 100 veces diarias (y su media está en 25). Sabemos que los niños son graciosos. Se ríen a menudo y de cosas de las que los mayores ya hace tiempo han dejado de verle la gracia. Su humor se presenta, en apariencia, como algo muy simple, porque de pequeños aún no son capaces de comprender ni de reproducir estructuras narrativas largas y complejas. De hecho, junto con el llanto, la sonrisa es el primer comportamiento social del bebé, a la espera de que se desarrolle el habla. Las sutilezas de la ironía y del doble sentido están al comienzo fuera de sus posibilidades. Su humor es obvio e imitativo.
¿A partir de cuándo se puede decir que los niños desarrollan un sentido del humor propio?
No hay consenso. Louis Franzini, autor del libro ¡Niños que se ríen! Cómo desarrollar el sentido del humor de su hijo (Norma), profesor de la Universidad de San Diego (EE.UU.), ha dedicado más de 25 años en estudiar el humor. Según él, es una habilidad totalmente aprendida. “Si fuera verdad que venimos con un sentido de humor de fábrica, entonces sería inútil tratar de mejorarlo o de desarrollarlo”. Caspar Addyman, investigador de del Centro para el cerebro y el desarrollo cognitivo de la Universidad de Londres es uno de los máximos expertos en el tema de la ciencia de la risa infantil. “No sabemos cuándo se desarrolla el sentido del humor. La mayoría empieza a reírse a los dos o tres meses. Una minoría significativa incluso después de los diez meses. Es un misterio. Una cosa es cierta: los bebés aprenden a reír mucho antes que caminar o comunicar de otras maneras”.

Así, el humor sería un largo aprendizaje que va por fases.
Hasta los cuatro o seis meses los bebés se ríen cuando se les hacen cosquillas. Parece una risa inducida o causada por motivos físicos. Luego, poco a poco van asumiendo un papel más activo. Según algunas tesis más recientes, el humor infantil empieza a desarrollarse como tal a partir de los seis meses de edad. ¿Cómo? Primero, copiando el de los padres. Este fenómeno se debe al efecto de imitación ya que en este período los bebés están pendientes de todas las reacciones emocionales de los papás. Así, hacen muecas, imitan lo que le parece chistoso, se ríen fuertemente y cuando ven que sus padres hacen lo mismo. Buscan la aceptación social. Por eso lo llaman “humor pro social”. Así, el niño repite sin parar algo que una vez hizo sin querer y que a los adultos les pareció gracioso, aunque no entienda el porqué: es una forma de acercarse al otro.
Un estudio de la Asociación Británica de Psicología, señala que a los 6 meses los niños todavía no son capaces de decidir si algo les parece divertido o no. Pero buscan la reacción y el consenso de sus papás. Gina Mireault, del Johnson College State de EE.UU dice que “los bebés ven a los padres como una fuente de información emocional y obtienen asesoramiento. En edades tempranas, lo que le hace gracia es la capacidad de dar la vuelta a los esquemas establecidos. A los seis u ocho meses se desarrolla el sentido de permanencia de los objetos. Por eso, esconder el rostro de repente se considera como algo divertido. Si van aprendiendo que un elemento tiene ciertas características, entonces no hay nada más cómico que romperlas: un pájaro que nada, un caballo que ladra… En cambio, a los 12 meses, los bebés ya parecen tener ya suficiente experiencia vital para tomar sus propias decisiones, al menos respecto al humor, sobre lo que es divertido y lo que no”. A partir de ahí, empiezan su propio camino, siguiendo unos patrones evolutivos comunes a todos los niños. Desde que tiene el año, empieza a hacer el payaso, con gestos físicos. Hasta los tres cuatro años, no domina totalmente la lengua. Por ello, su humor en este tiempo esencialmente gestual: contorsiones, movimientos exagerados del cuerpo. Pero ya tiene cierto discernimiento… Según Meredith Gattis, psicóloga de la Universidad de Cardiff, “la edad crítica para entender el humor se alcanza a los dos años. Empiezan a comprender cuando uno hace algo equivocado con la intención de hacer reír”.
Con la entrada en primaria, con la asunción de las primeras reglas, es precisamente la violación de las mismas la que le provoca una gran diversión. Addyman cuenta una anécdota significativa. “Yo llevé el pelo de color azul durante cinco años. Ningún bebé lo encontraba divertido, pero los niños de tres y cuatro años, sí”, dice. Porque la regla del color habitual del pelo se había roto. El humor es una forma de establecer vínculos con su nuevo mundo escolar y de consagrar, de alguna manera, su salida del hogar familiar. En este período los niños se ríen entre ellos de las mismas cosas: para ellos significa que pertenecen al mismo grupo social.
Mientras van creciendo, incorporan paulatinamente elementos de sofisticación. Aunque el proceso tiene lugar de forma progresiva. “Por lo general, el humor de juegos de palabra se desarrolla muy lentamente. Hasta los cinco o seis años los niños no entienden realmente el concepto. Cuando son pequeños, sus chistes son surrealistas, sin congruencia. Ni siquiera siguen las lógicas intrínsecas del chiste”, indica. Es lo que pasa con las bromas que rompen los primeros tabúes sexuales. Ocurre a menudo que, cuando los niños se dan cuenta de que algún chiste que han oído es fuerte, pueden tener la precaución de guardarlo para compartirlo sólo entre ellos. En otras ocasiones, lo cuentan a los padres para probar el efecto, aunque muchas veces no conocen el alcance de lo que han oído, intuyen algo y tienen la tentación de contarlo para ver qué pasa. Y es que su intención humorística no siempre es voluntaria. Los razonamientos absurdos que llevan a cabo pueden ser, a sus ojos, muy lógicos. O hasta serios. Mientras que a los adultos le parecen muy divertidos. Por ejemplo, si un niño que se sube la primera vez a un avión dice: “quiero bajar la ventanilla para tocar las nubes”, es probable que lo piense en serio. Otra cosa es que los padres estallen en una carcajada.

Tal vez se debería contestar a una pregunta previa y esencial: ¿por qué lo niños son tan divertidos?
“Una buena actuación de un cómico está hecha un 20% por chistes y doble sentidos y el 80% por carisma y conexión con la audiencia”, dice Addyman. “Los cómicos en el escenario se ganan el público con su charme, cuando nos invitan a compartir con ellos la visión del mundo que nos tienen preparadas. Los niños hacen lo mismo. Les sale natural. Nosotros con nuestro amor somos una audiencia receptiva a sus payadas. Además ellos son excelentes observadores. Para ellos el día es una serie de momentos de sorpresa, de descubrimiento y tienen la capacidad de sorprenderse. Disfrutan de ello. Y, así, ¡se ríen! Los pequeños son capaces de reírse sólo porque están de buen humor. Los adultos, en cambio sienten que puede expresarlo en una ocasión concreta, por ejemplo con un chiste”, asegura este experto.
Es evidente que padres e hijos no siempre coinciden en cuanto a humor. A menudo pueden producirse divergencias. Los padres nunca tienen que desanimar a sus hijos o castigarlos en sus esfuerzos para resultar divertidos. Es más: deberían premiar sus intentos de ser graciosos, incluso cuando lo intentan con acertijos, proposiciones curiosas, gestos teatrales o mensajes de vario tipo”, asegura Franzini. “El problema es que ciertos adultos consideran muchas de estas ocurrencias como infantiles, con poco valor humorístico o hasta estúpidas, simplemente porque los mayores aprecian más el humor que presenta un genuino factor sorpresa o un contenido declaradamente sexual o agresivo”, añade.

¿Se puede educar el sentido del humor a los más pequeños?
Por supuesto. A medida que crecen, los pequeños pierden algo de espontaneidad, debido a su progresiva introducción en el mundo de los adultos. Y su sentido de humor acaba resintiéndose. “Primero se empieza a jugar, luego se va al cole. Momento clave: a partir de este día, abandonan la anarquía y se empieza a imponerles un control de sus actos a muchos niveles. A controlar sus emociones positivas y negativas, recuerda Addyman.
“Se nos enseña a no reírse de las personas, de que la vida es seria, de que si ríes no puedes trabajar o estudiar, de que el políticamente correcto no permite demasiado la broma, de que los hombres de negocios nunca se ríen… y muchos otros mitos que al final acaban suprimiendo la risa en los adultos que, así, estallan en risas incontroladas en lugares inapropiados como iglesias, bodas, funerales…”, acusa Franzini, que hace un llamamiento para que los padres no se obsesionen con reprimir. Su deber es explicar a los hijos que existe un humor que puede ser cruel y que debería evitarse, si se usa para herir a las personas. Yo les recomiendo que hagan juntos en familia cosas divertidas: compartir observaciones sobre las actividades del día, un programa de la tele. Y que disfruten ellos mismos del humor”. Porqué al final si mamá y papá se ríen, seguro que ellos también.

Categorías del humorismo infantil
En su libro ¡Niños que se ríen! Cómo desarrollar el sentido del humor de su hijo, el académico Louis Franzini pone algunos ejemplos de cómo funciona el sentido del humor de los más pequeños.
El absurdo. Razonamientos surrealistas. Ejemplo: “He perdido un juguete en el jardín. Pero como es de noche, prefiero buscarlo en mi cuarto porqué puedo encender el interruptor”.
Desafío. Para ellos, el humor es una manera de romper las convenciones sociales que poco a poco van conociendo. Es una vía de tantear los límites, para descubrir su verdadera personalidad. Por ejemplo, cuando con un espray pinta la pared de un edificio poniendo “no he sido yo”.
Exageración. Multiplicar los hechos o minimizarlos al exceso, deformar la realidad, Por ejemplo: “Paco cuando nació era tan gordo que fue necesario llamar a cinco cigüeñas”.
Situaciones embarazosas. Describir situaciones ridículas, para demostrar superioridad. Por ejemplo, “era un señor tan esnob que miraba todos de arriba abajo… hasta que perdió el equilibrio y se cayó en la piscina”.
Incongruencia. Se trata de juntar ideas incompatibles. O de relacionar, con tal de divertir, conceptos que son inconexos. “Un señor entra en una heladería y pide una pizza cuatro quesos”.
Burlas. Los niños son a veces muy crueles, cuando toman el pelo a sus compañeros (“Daniela está tan gorda que han tenido que encargar una puerta más grande para que entre en clase...”). Hay que enseñarles a reírse con alguien y no de alguien.
Bufonerías. La torta lanzada ala cara al estilo de las películas mudas: estamos más cerca en este caso de la comicidad más que el humor.
Sorpresa. Son todas las formas humorísticas derivadas del mecanismo del escondite (¡cu-cu!), muy popular en los más pequeños.
Humorismo verbal. Chistes, adivinanzas, juegos de palabras y trabalenguas. Típico de la última etapa de la infancia.

EDAD Y HUMOR
0-3: Primero es la risa inducida o provocada (las cosquillas). Luego toca al humor imitativo, o pro social. A partir del año, la incongruencia de lo que ven, respecto a lo que conocen les resultará divertido. Decir que un caballo hace muuu para ellos es de los más cómico. Al no dominar el lenguaje, emplean muchos gestos. Quieren ser bufones por el mero placer de serlo. Hacer reír a sus papás es fundamental.
5-7: Se ríen de chistes y adivinanzas que no requieren un desarrollo y un pensamiento excesivamente lógico o estructurado. La exageración es tal vez el recurso humorístico que consigue más éxito. La frase “me comería un billón de trozos de pizza”, a un adulto puede parecerle un absurdo o una ingenuidad, pero para un niño es graciosa. No entienden todavía los tabúes, pero intuyen que hay algo detrás de ciertos temas.
8-10: La estructura de las bromas se complica. Entienden (o creen entender) el doble sentido y las segundas intenciones. La sexualidad se percibe como un tabú que hace gracia romper. Los temas escatológicos (las pedorretas, las cacas) ganan popularidad. El humor sirve para desafiar reglas.

11-12: Frente al humorismo físico y visual empieza a tener más importancia el verbal. En esta fase, la diferencia de género se acentúa: los chicos toman más la iniciativa de contar chistes para impresionar, mientras que las niñas son más dispuestas a reírse. La adolescencia se asoma.

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