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divendres, 16 de maig del 2014

MI OTRO YO DE LAS REDES SOCIALES. Mayte Rius. La Vanguardia.

“No hay datos empíricos para concretar qué porcentaje de gente desdobla su comportamiento en internet, pero basta observar cómo se comporta la gente que tienes alrededor y las noticias que trascienden en los medios de comunicación para constatar que muchas personas que parecen ser una cosa, en la red son otra”, afirma Josep Lluís Micó, director del grado de Periodismo en la Universitat Blanquerna-URL y autor de Ciberètica. TIC y canvi de valors (ed. Barcino). En su libro, Micó concluye que los adultos tienden a comportarse como adolescentes en internet y a aplicar una escala de valores distinta, como si estuvieran en otro mundo donde todo vale, y hacen y dicen cosas que no harían ni dirían en el mundo real.
M.G., profesional liberal y entusiasta de las redes sociales y de todo lo relacionado con el mundo digital, admite que en su caso es así: “Yo por internet digo cosas que no me atrevería cara a cara, porque en la vida real me cuesta coger confianza”. J.M., profesor universitario, ironiza: “En toda mi vida no he dado tantos abrazos y besos como llevo escritos en la red”. ¿Por qué? ¿Qué provoca este diferente comportamiento en los espacios virtuales? ¿Qué ocurre para que la BBC considere necesario advertir a sus periodistas que “no hagan nada estúpido” en las redes, o que CapGemini envíe a sus empleados un código de conducta conminándoles a no cotillear –en concreto a no revelar información acerca de los colegas u otras personas, no utilizar sus datos personales o publicar sus fotos sin su permiso–, y que un sinfín de empresas más aconsejen “pensar dos veces” antes de publicar algo en internet?
Genís Roca, especialista en redes sociales y estrategias en internet de la firma Roca Salvatella, desde la que ha ayudado a diversas compañías y administraciones a definir esas normas de conducta, justifica su necesidad explicando que “ciertamente hay conductas que nadie haría en público que, sorprendentemente, algunos hacen en las redes sociales, y quizá se deba a que hay quien pierde la percepción de que está en un espacio público cuando está solo en casa, en su entorno más íntimo, quizá hasta en pijama delante de su ordenador”.
También Roberto Balaguer, psicólogo e investigador de la cultura digital, cree que la desinhibición con que muchas personas se comportan en internet tiene que ver con que pierden la perspectiva de que están en un espacio público y se comportan como si fuera un espacio íntimo. “La inmersión en la red promueve determinadas conductas y limita otras; es un fenómeno parecido al que ocurre con las masas”, comenta. Y explica que como en el entorno virtual no se tiene al otro presente, se desdibuja, no se siente su mirada y hay más desinhibición. “En ese micromundo uno se siente muy cómodo, muy liberado y los niveles de inhibición bajan, y por eso muchos adultos se comportan como adolescentes y se dan dos conductas muy claras: las agresivas –comentarios muy descarnados, muy duros y muy humillantes– y sus contrarias, las vinculadas al amor, al flirteo…; los adolescentes despliegan todo su arsenal porque esas conductas ya les son propias por edad y desarrollo, y quienes no lo son, se sienten en un entorno más laxo y las copian”, afirma Balaguer. Y añade que, en línea con esa mentalidad adolescente, existe la percepción de que el mundo virtual es lúdico, casi de fantasía, sin consecuencias para la vida real, y por eso muchas personas hacen cosas que parecen una broma pero que terminan no siéndolo y tienen consecuencias, psicológicas y emocionales para quien las sufre, pero también legales para quien las realiza. “Es un funcionamiento mental, el de pensar que todo queda impune, que se da en los adolescentes y en entornos donde no se tiene la presencia del otro, donde sólo está sintetizado por la escritura, y eso promueve el descontrol; quien tiene una personalidad de mucho autocontrol se evade pero sin llegar a desbordarse, pero quien ya tiene tendencia a descontrolarse, la acentúa y se desboca, como ocurre en la conducta de masas”, reflexiona el psicólogo.
Micó opina que la tecnología e internet nos han acostumbrado a que todo llegue rápido y gratis, y por eso en las redes sociales las personas se vuelven impacientes e impulsivas, “rasgos típicos de los adolescentes porque ellos aún son inmaduros”. Añade que hay otro elemento que contribuye a estos comportamientos dispares en la vida real y la virtual: el anonimato. “En el mundo real la gente no se comporta igual si va a cara descubierta o si va con pasamontañas, y en la red muchos van con pasamontañas porque permite preservar parte de tu imagen –incluso tu nombre–, así que hay una doble referencia moral y hasta legal”, comenta el profesor de la Blanquerna-URL. Y advierte que, además, quien se identifica de forma concreta en la red juega en inferioridad de condiciones “porque responde de lo que dice y hace con su cara y con su prestigio pero no puede controlar las respuestas, manipulaciones o comentarios que sobre eso hagan otros de forma anónima”.
Para solventar en parte este problema, Genís Roca recomienda tener dos perfiles: uno formal y otro más informal. “Lo aprendí en una sesión con alumnos de primero y segundo de ESO: la mayoría tenía un perfil para relacionarse con sus padres, profesores y familiares, y otro para relacionarse con los colegas; y creo que es un buen sistema disponer de un perfil más formal vinculado con el nombre y apellidos (e incluso el DNI), que será la identidad por la que podrás ser buscado por un responsable de recursos humanos o por alguien que te conozca poco y quiera saber de ti, y que te acompañará toda la vida, y luego otra identidad no formal, el alias, que es sustituible por otra a medida que cambian tus circunstancias: adolescente, estudiante, padre de familia…”, explica.
Y remarca que esta dualidad está especialmente indicada en el caso de directivos, porque su actividad pública siempre es corporativa y sus actuaciones más personales deben ser derivadas a otras identidades no asociables a su cargo. “El papel de los directivos en las redes es distinto según su responsabilidad, pues no es lo mismo si es la persona responsable de las relaciones sindicales que si es el encargado de la atención al cliente o de la selección de personal”, dice. Y justifica que las empresas den consejos o establezcan normas sobre la conducta personal y profesional en la red de sus trabajadores para evitar malentendidos.
De hecho, la mayoría de empresas y organizaciones lo ha hecho a la vista de los comportamientos que se observan en la red. El Comité Olímpico Internacional (COI), por ejemplo, ha establecido las condiciones y limitaciones con que los atletas podrán publicar sus vivencias en blogs, Facebook o Twitter durante los Juegos Olímpicos de Londres después de que en anteriores competiciones a algún miembro del Comité le diese por opinar en las redes sobre el hotel que le alojaba. Y la BBC, consciente de que la imagen de sus presentadores de informativos se asocia a la credibilidad de la cadena, les prohíbe por contrato tener perfiles en redes sociales. La farmacéutica Roche, por su parte, recomienda a sus empleados que no actúen en la red en defensa de la marca, y que si deciden hacerlo reconozcan inmediatamente su vinculación.
Son sólo unos ejemplos de las cautelas adoptadas para tratar de prevenir la confusión entre lo personal y lo profesional, lo público y lo privado, que se observa en las redes sociales. De hecho, hay quien incluso cuestiona que exista o pueda tenerse vida privada desde que existen la redes sociales, pues no hace falta que sea el propio protagonista quien revele su intimidad en ellas; a veces basta con que algún amigo, conocido, ¡o incluso desconocido! decida colgar las fotos de una fiesta o encuentro para que uno quede públicamente retratado. Sin olvidar que esos vídeos o fotos, si llaman la atención, pueden acabar saltando a los medios de comunicación tradicionales, a la esfera pública real. De ahí que la dicotomía privado o público se esté transformando en secreto o público.
¿Por qué? ¿Qué incita a las personas a hacer pública su vida privada? 
Josep Lluís Micó cree que una de las razones es el exhibicionismo. “Por modesta o moderada que sea una persona, a todos nos halaga compartir –y que se nos reconozca– un mérito, un premio o un lugar que hemos visitado; antes esto podían hacerlo muy pocas personas, porque el acceso a los medios de comunicación estaba limitado a gente relevante de la cultura, la economía o la política; pero ahora internet y las redes sociales han permitido democratizar (entre comillas) este acceso a los medios de comunicación masivos y todo el mundo puede tener su minuto de gloria y ser estrella no por un día, sino cada día de tu vida”, explica.
Y aduce además otras razones. “En la sociedad occidental se fomenta la participación desde la escuela, se incentiva contribuir con la opinión y el voto desde la sociedad; ¡hasta la publicidad te invita a participar con sus eslóganes!; y si estás imbuido por esa filosofía ¿cómo te vas a abstener de participar al ver la foto del vecino o de un familiar en Facebook o Pinterest, o los comentarios de Twitter?”, reflexiona Micó. Y añade que como en la red tu opinión vale lo mismo que la de otro y puede darse desde el anonimato, pues algunos se dejan la moral en casa y se comportan como auténticos trogloditas”.
Al analizar los comportamientos en internet sorprende que muchos se esfuercen en poner su mejor foto, en adornar su perfil o currículum para hacerlo más interesante, intelectual y divertido, y luego se traicionen con comentarios o actuaciones poco éticas que los deslucen. Muchas veces sucede que lo que se publica importa menos que marcar presencia, que importa más llamar la atención que el propio contenido, y eso provoca un efecto boomerang”, comenta Roberto Balaguer. “Se confunde una buena fachada con una estructura sólida, y meditas y compartes una reflexión muy ingeniosa pero luego, en el fragor del debate o viendo un partido de fútbol, te dejas llevar por la inmediatez y haces un comentario del que después te arrepientes, porque cuando insultas en un campo de fútbol se enteran sólo los que están a tu alrededor, pero si lo haces en las redes sociales se entera muchísima gente y además queda constancia, agrega Micó.
Eso fue lo que le pasó a Tino Costa, el centrocampista del Valencia, que retuiteó un comentario de un aficionado sin fijarse que estaba pidiendo la marcha de su entrenador y tuvo que apresurarse luego a aclarar: “Ha habido un error en mi Twitter… Jamás en la vida apoyaría algo así!!! No creo que siga con esto, si no es seguro…”. Mayores consecuencias tuvo el desliz de Francisca Pol Cabrer, la concejala del PP de Palma de Mallorca que colgó en Facebook un fotomontaje de Carme Chacón mostrando un pecho con el comentario “lo que tiene que hacer una ministra del PSOE para ganar votos”. La cosa no hubiera pasado de una broma de dudoso gusto con una foto en papel mostrada en una cena de amigos, pero colgada en las redes sociales forzó a la política a dimitir de todos sus cargos.
Algunos han acuñado la palabra netetiqueta para referirse a las reglas de comportamiento en los ­espacios virtuales. Un repaso a los códigos de ­conducta que han establecido empresas y administraciones para sus empleados permite observar que las recomendaciones más reiteradas son:

NETETIQUETA
# Prudencia
Pensar dos veces antes de publicar y tener en cuenta que los comentarios se leen fuera de contexto.
# Transparencia
No mentir y dejar clara la vinculación con la empresa o con determinados intereses. Distinguir lo personal de lo profesional.
# Confidencialidad
No revelar información que no se compartiría con un cliente o con un competidor, que no se publicaría en prensa o se gritaría en una plaza pública.
# Respeto
Conservar la privacidad de terceras personas y tener en cuenta que al otro lado de la red hay personas para no lastimar sus sentimientos.
# Responsabilidad
No llevar a cabo acciones que sean ilegales o inaceptables.

LA ESCALA DE VALORES VIRTUAL
En el entorno virtual predomina una escala de valores que no coincide plenamente con la del mundo real. En Ciberètica. TIC i canvi de valors, Josep Lluís Micó lo compara con el descubrimiento de América. “Cuando Colón y los colonizadores llegaron a América vieron que había otras tierras y gente con valores y costumbres distintas, y la mayoría intentó evangelizarlos y que asumieran los valores cristianos, pero una minoría se abandonó al mito del buen salvaje y otros trataron de combinar sus valores con algunas aportaciones del ámbito moral y cultural que descubrieron en los nativos; nosotros, antes de internet, creíamos que los límites eran unos, definidos, y con la popularización de la red hemos visto que son otros y que hay gente que no reconocemos como nosotros, que aplica valores distintos, y eso nos choca”, dice.
En su opinión, las redes han permitido potenciar y reivindicar valores que parecían en peligro de extinción, como colaboración, solidaridad, igualdad… “y es bueno que gente con una vida muy cerrada en la vida real se haya ido impregnando de esta nueva filosofía”. Pero, en paralelo, se han extendido y acentuado algunos contravalores, como la mentira, la hipocresía, la impudicia, la inmadurez, la irresponsabilidad o la tolerancia con el anonimato como medios para conseguir objetivos. A juicio de Micó, como ocurrió durante la colonización, puede ser un error mantener posiciones muy rígidas frente a los valores que imperan en la red, “pero tampoco es cuestión de contaminarse de los contravalores”.



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