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dilluns, 26 de maig del 2014

Piensa menos, sufre menos. Jordi Jarque. La Vanguardia.

Dar demasiadas vueltas a un asunto puede desembocar en un dolor de cabeza, y la preocupación por encontrar una puerta de salida al problema puede llevar a una verdadera obsesión.
Amigos y familiares acostumbran a aconsejar que no se piense tanto porque esa es la forma de sufrir menos, pero esa tal vez no sea la fórmula perfecta.
“No pienses más en ello”. En un encuentro entre amigos un viernes por la noche acompañados de unas tapas y unas cuantas cañas, uno de ellos muestra su preocupación porque la empresa acaba de comunicar que el lunes presentará un ERE que afecta a diez de los cuarenta empleados. La lista de personas todavía no se sabe, así que el fin de semana se presentaba con nervios. Los amigos no duran en recomendarle que no se caliente la cabeza, que no le dé tantas vueltas al asunto, y que no piense tanto si no quiere sufrir más. Pero un fin de semana tiene muchas horas, un despido no es cualquier cosa, y es difícil dejar de pensar en ello. ¿Hay que pensar menos para sufrir menos?
Assumpció Salat i Bertran, psicóloga, directora del centro de psicología Àgape, explica que el pensamiento “es una herramienta que el ser humano tiene a su disposición y servicio. Al igual que otras muchas herramientas de las que disponemos, puede ser utilizada de una forma u otra dependiendo del nivel de conciencia o sabiduría que tenga el individuo”. En este sentido, Esther López Chicano, psicóloga y psicoanalista, comenta que el pensar en sí no produce sufrimiento. “En todo caso el problema se produce cuando hay una saturación a la hora de pensar, o cuando pensar no va acompañado por una acción. Si el pensamiento nos bloquea en lugar de ser una herramienta para la reflexión y actuar en consecuencia, casi irremediablemente se convierte en un elemento torturador”.
Giorgio Nardone, director de la Escuela Empresarial de Comunicación y Resolución Estratégica de Problemas de Arezzo, autor, entre otros libros, de Pienso, luego sufro (Paidós), asegura que muchas veces se utiliza el pensamiento para intentar encontrar una respuesta a todo, tener la sensación de que se controlan las circunstancias. “Pensar se convierte en un problema cuando se transforma de propulsor de la capacidad humana de gestión adaptativa de la realidad en un obstáculo a esta capacidad, convirtiéndonos así en víctimas de nuestro propio pensamiento”.
Este experto comenta que este mecanismo se puede desencadenar a través de tres tipos de procesos. “El primero es el intento de desterrar los pensamientos incómodos o temidos buscando respuestas tranquilizadoras aunque estas no sean posibles. Actuando de esta forma se refuerzan paradójicamente los pensamientos desagradables porque, como es conocido por todos, “pensar en no pensar ya es pensar”. El segundo es el intento de control racional de las sensaciones, emociones y procesos fisiológicos que conducen a la paradoja “del control que hace perder el control”. El tercero es el intento de dar respuestas tranquilizadoras a dilemas irresolubles, que por su propia naturaleza no tienen respuesta y, por tanto, se crea una condición por la cual la persona cae en la trampa de las “respuestas correctas a preguntas incorrectas”, o sea, un círculo vicioso de preguntas y respuestas que abre nuevas preguntas que abren nuevas respuestas que abren nuevas preguntas y así sucesivamente. En todos estos casos la actividad del pensamiento se convierte en un problema porque no permite ampliar nuestra conciencia operativa, es decir, la capacidad de alcanzar objetivos estratégicos”.
Es la cara dual del pensar porque “el pensamiento nos puede contaminar, herir o enfermar o bien proporcionarnos altos estados de energía salud y vitalidad”, tal como afirma Assumpció Salat i Bertran. Esta experta explica que una buena manera de saber si estamos pensando de una forma que resulte útil y práctica es observar los resultados que se obtienen a partir del pensamiento. “El pensamiento genera todas nuestras acciones y comportamientos, el pensamiento es previo a cualquier acción, es decir, esta no puede existir sin que antes se haya pensado, por tanto todas las acciones y comportamientos se originan en nuestros pensamientos, si cambiamos nuestros pensamientos podemos cambiar nuestros comportamientos y así a lo largo de nuestra vida”.
Aun así puede persistir una duda, como refleja Giorgio Nardone cuando expone el caso de un estudiante de Medicina que quería especializarse en psiquiatría, el cual se preguntaba ¿qué podía hacer para estar seguro de tener la mente perfectamente sana? Ante este interrogante, el estudiante empezó a reflexionar apoyándose en los conocimientos adquiridos hasta el momento. Al no lograr encontrar una respuesta definitiva, intentó profundizar en el tema consultando textos y leyendo artículos científicos. Pero seguía sin encontrar una respuesta definitiva. Planteó esta misma cuestión a su profesor de psiquiatría quien aseguró que la diferencia entre una persona sana de mente y una enferma es que la primera tiene un sentido correcto y adecuado de la realidad, mientras que la segunda o no lo tiene o tiene uno inadecuado, según la patología que le afecta. Ante esta respuesta de su profesor, el joven estudiante le preguntó entonces qué era exactamente el sentido de la realidad, cómo podía definirse de manera inequívoca. El profesor no le gustó mucho esta nueva cuestión y le contestó displicentemente que todo el mundo lo sabía porque era evidente. Lógicamente era una respuesta que tampoco llevaba a ninguna parte más que a acrecentar la obsesión del estudiante por dilucidar dicha cuestión. Giorgio Nardone explica que el problema no es tanto plantearse este tipo de preguntas, como buscar respuestas que impliquen una certeza absoluta. “Como saben todos los estudiantes de psicología y psiquiatría, en todos nosotros existen sensaciones, pensamientos y acciones que, al menos en parte, podrían remitirse a los cuadros de patología psíquica”.
Hay otras distorsiones del mal uso del pensar como

la hiperracionalización (son aquellos que no actúan hasta que están absolutamente seguros de que lo que van hacer no es erróneo);
el inquisidor interno (un sentimiento de culpa llevado a tal extremo que distorsiona también la realidad);
el saboteador interior (aquel que afirma “hagas lo que hagas te equivocas”);
el perseguidor interior (“de todas formas, no estás a la altura de las circunstancias”), y
la delegación patológica (“los demás siempre lo hacen mejor que yo porque yo no sé nada”).
Giorgio Nardone explica que todas estas distorsiones son ramificaciones de lo que él llama la duda patológica. “Caemos en una trampa, en un autoengaño, en una psicopatología de la vida cotidiana que sólo nos causa sufrimiento. En algunas ocasiones el pensar deja de ser un instrumento infalible para convertirse en un obstáculo insuperable, fuente de incertidumbre o incluso de sufrimiento psicológico, hasta el punto de asumir formas patológicas que acaban por bloquearnos”.
Todas estas formas patológicas pueden bloquear a la persona porque “exageramos la relevancia de las adversidades”, asegura Rafael Santandreu, psicólogo, autor, entre otros libros, de El arte de no amargarse la vida (Oniro), y con un agravante: “Tiene consecuencias emocionales nocivas”. Este experto explica la conexión que existe entre el pensar y el sentir. Asegura que se influyen mutuamente. Esto puede parecer una desventaja, pero se convierte en una ventaja cuando se apuesta por cambiar actitudes. “Analiza qué pensamientos te dices cuando te sientes emocionalmente afectado. ¿Estás exagerando usando palabras como ‘es terrible’, ‘no debería ser así’, ‘no puede ser’...? Todo eso son exigencias demasiado duras. Cuestiona el ‘no lo puedo soportar’ y las generalizaciones gratuitas del tipo ‘como fracasé en ese importante examen, fracasaré en cualquier estudio importante que me proponga’”. Rafael Santacreu apuesta por cuestionar esta forma de pensar derrotista que no tiene nada que ver con lo racional. Todo lo contrario, es irracional. “¿Es realmente terrible esa situación o solamente mala? Esa injusticia, ¿no debería ser así o es mejor decir: me gustaría que no hubiese pasado así? ¿Conozco personas que pese a pasarles lo mismo que a mí son capaces de sacarle lo bueno a la vida?”. Y sugiere reemplazar esta manera de pensar por otra que sea más realista y constructiva. “Existen muchas cosas inconvenientes en la vida, como perder el empleo, pero ninguna de ellas es horrible o espantosa. Aunque es claramente preferible que haga las cosas bien y consiga mis principales objetivos, no es totalmente necesario para ser feliz. Es posible que a veces actúe insensatamente, pero eso no me hace un estúpido”. Por último, este experto aconseja actuar a partir de esta nueva manera de pensar. “Arriésgate a fracasar, prueba nuevas experiencias, date permiso para disfrutar de las pequeñas cosas aunque el día no haya salido perfecto”.
Assumpció Salat i Bertran añade que el pensamiento es personal e intransferible. “Con el pensamiento no podemos dañar a nadie, los pensamientos no dañan a las otras personas pero sí a nosotros mismos. Culpar a los demás del sufrimiento que sentimos en nuestro interior es siempre nuestro error mental. El sufrimiento y el malestar es el diagnóstico claro de que en nuestro interior no hay pensamientos de sabiduría, sufrimos porque interpretamos incorrectamente lo que ocurre en nuestra vida. Este tipo de pensamientos no nos permiten ver las opciones, no vemos las oportunidades que se dan en nuestras vidas, ya que los pensamientos no inteligentes nos hacen bajar enormemente nuestros niveles de energía y con ello se dificulta nuestra claridad mental”.
Esta experta explica que hay varias técnicas para aprender a manejar la forma de pensar, como es el caso de la meditación. Desde esta base “es bueno con el paso de los años hacerse preguntas e intentar buscar respuestas al sentido de la vida, por qué nos toca vivir lo que vivimos, por qué tenemos las dificultades que se nos presentan. Cuando como seres humanos nos convertimos en verdaderos buscadores de respuestas y nos comprometemos en nuestro desarrollo mental y espiritual, las respuestas seguro que llegan y así nuestra mente se convierte poco a poco en una mente sabia y llena de discernimiento. Por tanto podríamos concluir que no se trata de pensar menos, en disminuir nuestra actividad mental sino en encauzarla, en dirigirla, en educarla, en sintonizarla con los pensamientos de comprensión del orden de la vida y de sus leyes”.
Los neurocientíficos ofrecen su perspectiva.
Norman Doidge, psiquiatra, psicoanalista e investigador en el Center for Psychoanalytic Training and Research de la Universidad de Columbia en Nueva York y en el departamento de Psiquiatría de la Universidad de Toronto, autor de El cerebro se cambia a sí mismo (Aguilar), aporta las bases neurofisiológicas por las que el sufrimiento no viene tanto por el pensar sino por la forma de pensar. Es necesaria una educación a la hora de utilizar el pensamiento, que no deja de ser una herramienta y muy poderosa. Asegura que la imaginación es una forma de pensar. Produce pensamientos que pueden cambiar la estructura del cerebro. Según se piense se puede sufrir más o menos, pero no por el hecho de pensar. Asegura que Álvaro Pascual-Leone, director del laboratorio de estimulación magnética cerebral en el Beth Israel Deaconess Medical Center de la facultad de Medicina de Harvard, en Estados Unidos, ha realizado suficientes experimentos con una máquina que emite estimulación magnética transcraneal (TMS) a partir de los cuales asegura que, efectivamente, según el tipo de pensamientos se provoca un tipo de reacciones, hasta el punto que pueden cambiar la estructura cerebral en un sentido o en otro. Pensar y sufrir no son sinónimos. En todo caso, se sufre por un uso erróneo del pensar.

Noemí Suriol, fisioterapeuta y directora del centro Lenoarmi de Barcelona, propone aprender a utilizar el pensar para sufrir menos. “Pensar en positivo tampoco es tapar la realidad, sino transformarla en algo positivo. No hay mal que por bien no venga. Siempre podemos sacar algo positivo, siempre podemos transformarlo en algo que nos ayuda a mejorar. Esto es salud mental y corporal. Y habría que afrontarlo. Porque todo lo que no sufro conscientemente, lo sufre mi cuerpo, y el cuerpo acaba hablando de lo que no podemos afrontar conscientemente”. Y, en cualquier caso, en vez de obstinarse por buscar una respuesta o una solución, “lo que debemos hacer es preocuparnos por formular mejor las preguntas”, añade Giorgio Nardone. Algo parecido ya decían los sabios de todas las culturas. 


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