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dimecres, 5 de novembre del 2014

Se amable y vivirás más (y mejor). Carmen Grasa. ES. La Vanguardia.

Simpatía, generosidad, empatía y comprensión. Mezclar bien estos ingredientes y servir con amor. ¿El resultado?. Amabilidad para afrontar el día, la noche y la vida misma.
En un momento crucial como el que estamos viviendo, con la incertidumbre a la vuelta de cada esquina, el miedo como cómplice de noches de insomnio y mercados y políticos empeñados en ensombrecer el futuro, numerosos expertos han dado un paso adelante para reivindicar la amabilidad como uno de los valores que nos ayudarán a reestructurar el presente y a afrontar el futuro con garantías.
Ser amables nos puede liberar de temores y angustias, como ya puso de manifiesto la psicóloga de la Universidad de California Sonja Lyubomirsky al afirmar, tras diversos estudios, que los actos amables crean en nuestra vida cotidiana un mayor sentimiento de felicidad. En el 2009, la Universidad de la Columbia Británica, en Canadá, establecía que incentivar en los niños valores como la amabilidad hace que crezcan más felices. Pero siendo amables no sólo seremos más dichosos, también seremos más fuertes y más sanos, amén de experimentar una agradable sensación de bienestar y placer gracias a que nuestro cerebro derrochará endorfinas, las conocidas popularmente como hormonas de la felicidad. Y como la amabilidad se contagia y se expande, según asevera el oncólogo sueco Stefan Einhorn en su libro El arte de la bondad (DeBolsillo), se convierte en uno de los más eficaces impulsores de cohesión social. Así, la amabilidad acaba creando sociedades más unidas, respetuosas y solidarias, enérgicas frente a la adversidad y capaces de gestionar las dificultades. No es extraño, entonces, que grandes expertos en psicología positiva levanten la voz para recordarnos que ser amables puede ayudarnos a superar la crisis igual, o más, que las reformas constitucionales, la subida del IVA o los recortes en ayudas sociales y asistenciales.

Clave de la supervivencia
Barbara Fredickson, directora del Laboratorio de Emociones Positivas y Psicofisiología de la Universidad de Michigan (Estados Unidos), puso de manifiesto hace unos años que han sido precisamente las emociones positivas una de las claves en nuestra supervivencia, porque nos ayudaron a desplegar capacidades físicas, psicológicas y sociales. Gracias a ellas hemos desarrollado, junto a las inteligencias Analítica y Emocional, la Inteligencia Ética (IE). Un alto coeficiente de IE nos predispone a hacer el bien, a ser amables con los demás, a resolver más y mejor los problemas, a ser sinceros sin herir, a liberarnos del sentimiento de culpa y a saber decir no. Y aunque algunos vean en ello un sinónimo de debilidad, nada más lejos de la realidad. La amabilidad es un reto y precisa de un carácter fuerte. “La auténtica amabilidad es un rasgo de fortaleza y no debe confundirse con la sumisión o el deseo de complacer en contra de nuestros deseos o intereses, o incluso de nuestro propio bienestar”, describe Begoña García Larrauri, doctora en Psicología y profesora titular del departamento de Psicología de la Universidad de Valladolid. Y es que no es fácil ponerla en práctica. “La verdadera amabilidad está muy relacionada con el respeto hacia el otro, de modo que la persona amable permanece libre de prejuicios, expectativas y creencias hacia las personas. También con la generosidad, la simpatía y la empatía”, añade García Larrauri, que lleva estudiando desde 1998 las prácticas que contribuyen a mejorar nuestro bienestar psicológico personal.

Más amables, más saludables
En el 2003 se hizo público un estudio que permitió a los expertos valorar la influencia de las emociones positivas –la amabilidad, entre ellas– en nuestra salud. Más de 300 voluntarios entre 18 y 54 años participaron en él. Como primer paso del experimento se evaluó de cada uno de ellos su tendencia a expresar emociones positivas. Después, se les administró el virus del resfriado común. Los investigadores concluyeron que aquellas personas con un estilo emocional positivo tenían un riesgo menor de contraer el catarro. Especialistas de la Universidad de Texas también han establecido que las emociones positivas mejoran nuestra tensión arterial. Y otros estudios reafirman, en negativo, estas teorías: en la Universidad de Standford (EE.UU.) un análisis revelaba que emociones negativas como la ira disminuyen la eficacia de bombeo del corazón en pacientes que han sufrido un infarto. Y la revista Diabetes Care publicaba en el 2007 que la depresión interfiere negativamente en el cuidado y el control de la diabetes. Mientras que la ira, la ansiedad o el estrés se han demostrado altamente perjudiciales para nuestra salud (porque las personas que las padecen tienen más riesgo de contraer asma, artritis, cefaleas y de referir cuadros de colesterol alto y problemas cardiacos), ser amables contribuye, según los expertos, a que gocemos de mejor salud.
Nuestro sistema inmunológico se ve beneficiado, ya que la amabilidad nos ayuda a regularlo y a mantener a raya los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Seguramente padeceremos menos alergias y alejaremos el riesgo de cardiopatías, infecciones y úlceras, amén de mejorar el aspecto de nuestro cutis. Y aún sin ser el remedio, ya nadie pone en duda que las personas que despliegan emociones positivas tienen más probabilidades de enfrentarse con éxito a enfermedades como el cáncer. Ser amables nos hace más fuertes, más resistentes y nos prepara para gestionar mejor los impactos negativos, tanto físicos como psicológicos, que recibimos.

Un subidón de endorfinas
La amabilidad es la aliada perfecta para soportar el dolor o atenuar la ansiedad, porque nuestro estado de ánimo y nuestra actitud mejoran. Y eso provoca en el organismo un flujo mayor de endorfinas. Como cuando hacemos deporte, escuchamos buena música, vemos una buena película o practicamos buen sexo, al ser amables las endorfinas corretean por nuestro organismo proporcionándonos placer y conectándonos con un bienestar no solo psicológico, también físico. Y engancha, dicen los expertos, como una droga. “Ayudar a los demás funciona como los narcóticos, pero sin secuelas”, describe el oncólogo Stefan Einhorn. Asimismo, la emisión constante de endorfinas que conlleva ser amable disminuye la sensación de dolor, porque su principal efecto se centra en elevar el umbral de este. Hacen que tenga que ser cada vez más intenso para notarlo, porque a mayor nivel de endorfinas, menor sensación de dolor. Para resistir los embates de determinadas enfermedades en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, y los efectos secundarios de sus dolorosos tratamientos, la amabilidad asoma, entonces, como un socio inmejorable. Aunque no podemos olvidar, apuntan numerosos especialistas, que su abanico de influencia es amplio y abarca numerosos campos. Condicionados por el efecto positivo de las endorfinas que producimos al ser amables, mejora nuestra memoria, se regula el apetito, disminuye la irritabilidad e, incluso, puede resultarnos más fácil abandonar adicciones como el consumo de tabaco y de alcohol. Sin que nos cueste un euro, poner en práctica la amabilidad, la auténtica y genuina, supone un gran avance en cuanto a medicina preventiva se refiere. Es un valor seguro que no está expuesto a los vaivenes de los mercados y que con la crisis no debe recortarse. Muy al contrario, si la derrochamos, como reclaman los expertos, redundará en nuestro beneficio, en nuestra salud, y en el del sistema sanitario. Porque nos hace más fuertes, más resistentes y garantiza para nuestro organismo una fuente casi inagotable de energía.

El secreto del éxito
“Ser una persona amable y generosa te hace percibir a los demás de forma positiva y fomenta la colaboración. Nos proporciona una sensación de eficacia, de control sobre la propia vida, aumenta la confianza y el optimismo y promueve que te sientas útil”, describe la psicóloga Begoña García Larrauri. Sentimientos que, incluso en los malos tiempos que padecemos, recorren el planeta en forma de nombres propios: desde empresarios como Bill Gates o Warren Buffet, hasta deportistas como Rafa Nadal, la selección española de fútbol o el Fútbol Club Barcelona, equipos capitaneados por dos reyes de la amabilidad bien entendida, Vicente del Bosque y Josep Guardiola. Todos han hecho bandera de la generosidad, la empatía, el respeto y la comprensión. Y todos han recogido el fruto: triunfos cuando parece que el éxito es propio de otras épocas, beneficios cuando los malos resultados se extienden como una pandemia. Porque ser amable nos dota de una organización cognitiva más abierta, flexible y compleja, imprescindible para realizar un buen trabajo. Gracias a ella nuestra creatividad se multiplica y somos más sensatos a la hora de emitir juicios y de tomar decisiones. Nos podemos equivocar, por supuesto, pero ante un error reaccionamos mejor: lo detectamos y resolvemos con eficacia los problemas que pueda acarrear. Además, si alimentamos nuestro estilo emocional positivo, comprenderemos mejor las normas del entorno laboral en el que nos movemos, incrementaremos nuestra memoria y seremos más precisos, contaremos con un eficaz autocontrol y desarrollaremos una gran capacidad para el trabajo en equipo. O lo que es lo mismo: rendiremos más. Aunque no sólo eso: los demás nos tratarán con mayor consideración.

Fuente de beneficios
Gracias a la psicología positiva empieza a pertenecer al pasado la creencia de que una persona amable en el trabajo es una persona denostada, tachada de débil por sus compañeros y casi objeto de mofa. Una persona amable es admirada, querida y respetada. Es un tesoro para quienes la rodean y una fuente segura de beneficio para su empresa. Un estudio entre 272 ejecutivos concluía que las personas con más emociones positivas eran consideradas más productivas y tenían mejores sueldos. Muchas escuelas de directivos han empezado a entenderlo y aplican enseñanzas en este sentido. No es mejor jefe quien impone el temor o mejor empleado quien se instala en la sumisión. El mejor siempre es, como describen los expertos, el que ha trabajado un espíritu positivo, porque convierte a los individuos en un equipo, porque es resolutivo, rápido y seguro, porque ha logrado prepararse para los tiempos difíciles, porque respeta a los demás y es respetado, porque ni se le teme, ni se le menosprecia, porque da amabilidad y la recibe de los demás. Su generosidad hace que se multipliquen el rendimiento y la implicación con el proyecto. La psicóloga Begoña García Larrauri advierte, sin embargo, “que la amabilidad también puede ser perjudicial si al practicarla se adopta una actitud de superioridad, o si se actúa con condescendencia, como tratando de modo infantil a la persona a la que prestas tu ayuda”.

Potente arma de seducción
Ser amables contribuye a mejorar nuestra salud y nuestras perspectivas laborales, pero también esconde uno de los secretos de la seducción. Hace poco más de dos años, la encuesta de un portal de internet destinado a encontrar pareja concluía que las personas amables tienen más posibilidades de dar con su media naranja. ¿El secreto?. La amabilidad hace de nosotros personas populares, apreciadas, integradas en el grupo y arropadas por él. A su vez, sentirnos así aumenta la confianza en nosotros mismos y nos hace más atractivos. A ojos de los demás, está demostrado que una persona amable es hermosa. Cuando las mujeres confiesan en amplia mayoría que prefieren a los hombres caballerosos, solo hacen referencia a que, para compartir la vida, desean a un hombre generoso, respetuoso, simpático, comprensivo, que sea capaz de ponerse en su lugar y que no tema expresar sus sentimientos. Un hombre, en definitiva, amable. Y es que reputados sexólogos han hecho caer el mito de que ellas los prefieren canallas. Las mujeres quieren compartir su vida con una buena persona. Como ellos. Porque cuando los hombres afirman desear mujeres que los hagan reír, capaces de darlo todo, espléndidas en la vida y en la cama, no hacen más que describir los ingredientes del cóctel que nos endulza la vida y la hace más cálida, especialmente en tiempos difíciles: el de la amabilidad.

La gentileza por bandera
En el 2008, el estudio Best Tourist, elaborado por una importante agencia de viajes a nivel mundial, establecía que España es un país repleto de personas amables. Algo que corrobora también una encuesta realizada por Reader’s Digest: somos amables, cordiales, y estamos dispuestos a ayudar al prójimo, sobre todo los más jóvenes. La amabilidad de los menores de 40 años es la novena mejor valorada el mundo. Además, el 87% de los emigrantes que residen en nuestro país afirma que los españoles los tratan con amabilidad, según el Barómetro de Inmigración 2009 de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, la crisis parece estar minando esa legendaria gentileza a la española. El pasado año, una encuesta de los responsables del turismo alemán ponía de manifiesto que nuestra proverbial amabilidad ya no es lo que era. La recesión, el paro, la incertidumbre, la montaña rusa bursátil y los caprichos de ese mercado que parece regir nuestros destinos, la está erosionando. Ante ello, redescubrirla puede ser, según los expertos, tanto o más eficaz para combatir la crisis como la reforma laboral o los recortes presupuestarios, porque las emociones positivas “no son un lujo trivial, sino una necesidad crucial para un desarrollo óptimo”, expresa en sus estudios Barbara Fredickson, directora del Laboratorio de Emociones Positivas de la Universidadde Michigan.


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