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dilluns, 8 de desembre del 2014

COMUNICARSE - "TE LO TENGO QUE DECIR". Ferran Ramon-Cortés. Conversaciones con Max 4.

Cuarto artículo de serie "cafés con Max" que Ferran escribe para la revista "Mente Sana". Web de Ferran Ramon-Cortés.
Max no esperaba la visita de Ana, pero con sólo verla a través de la ventana del salón, pudo captar en su rostro que algo le sucedía. Estaba a punto de servirse su primer café de la mañana, así que inmediatamente fue a buscar una segunda taza para compartirlo con su amiga. 
Tras saludarse, se dirigieron a la sala, y como Max sospechaba, Ana le contó que estaba metida en un importante conflicto.
-  Max, perdona por abordarte sin preaviso, pero necesitaba hablar contigo...
-    Adelante, soy todo oídos.
-  Verás, esta mañana Mercedes, mi compañera de piso, me ha pedido que me marche.
-   ¿Qué ha ocurrido?
-    Pues la verdad no lo se. Tuvimos una conversación a principios de semana, acerca de su relación con Carlos, y al parecer algo le sentó mal. Pero te aseguro que no lo entiendo, porque no hice más que ser absolutamente sincera con ella. Le dije simple y llanamente lo que pensaba. 
Max escuchaba a Ana con atención. Tras dar un sorbo a su humeante café, le preguntó:
-   ¿Puedes reproducirme cómo se desarrolló la conversación?. 
Ana lo meditó unos instantes, tras los cuales le dijo:
-   Si, puedo hacerlo, porque recuerdo perfectamente lo que le dije. Mis palabras fueron: “Mercedes, no se si te gustará lo que oirás pero créeme, te lo tengo que decir...” 
Max esbozó una sonrisa, que no era más que la confirmación de su sospecha. Enseguida, y remarcando las palabras, le preguntó: 
-    Ana, ¿y por qué se lo tenías que decir?
-    Porque yo soy muy sincera, ya me conoces. Digo siempre lo que pienso y creo que sería bueno que todos hiciéramos lo mismo... 
Max se levantó, y se dirigió al rincón de la sala donde tenía su particular biblioteca. Tras recorrer con la mirada las estanterías, cogió un volumen del escritor y ensayista André Maurois, y buscó una página que tenía señalada. Sentándose de nuevo con el libro entre las manos, y sin más explicaciones, le leyó a Ana una cita del autor: 
-  “La sinceridad no es decir todo lo que uno piensa. Es no decir jamás lo contrario de lo que uno piensa”. 
Ana se quedó pensativa. La cita –como quería Max- le había impactado. Enseguida Max se apresuró a darle sus explicaciones: 
-  Verás, Ana, la sinceridad no es una virtud personal. Es una virtud inter-personal. Yo no escojo decirte algo sencillamente porque soy sincero. Escojo decírtelo porque creo que te ayudará. Esta es la esencia de la sinceridad, que se basa en lo que el otro puede recibir, no en lo que yo necesito decir. 
Ana no articulaba palabra. Tras años utilizando la sinceridad como coartada para todo lo que decía a los demás, ahora descubría sus límites. Max continuó con sus explicaciones: 
-   La expresión te lo tengo que decir esconde un interés personal por parte de quien la usa, en el sentido que lo que te dice es más una descarga que un favor. En general, cuando tenemos que decir algo es porque queremos quitarnos una angustia de encima, algo que queremos soltar. Mientras que cuando simplemente elegimos decirlo, quizás si estemos pensando en el otro.
-  ¿Sugieres entonces que hay muchas cosas que nos hemos de callar? Porque con nuestro silencio difícilmente ayudaremos a los otros...
-    De lo que estoy seguro es de que herir en nombre de la sinceridad no ayuda en absoluto. Lo que de verdad tenemos que hacer es tantear al otro, ver hasta dónde puede aguantar, e ir paso a paso. Decirle lo que esté preparado para recibir, sin ir más lejos, y sin caer en la trampa de decírselo todo, simplemente para sacarnos un peso de encima.
-   Pero de alguna manera, con la expresión te lo tengo que decir ya advertimos al otro de lo que le puede venir...
-   Es una expresión que sugiere una disculpa, pero que es una disculpa falsa, porque está basada en una interpretación egoísta de la sinceridad. 
Ana apuró ceremoniosamente su café. Realmente se daba cuenta de que sus te lo tengo que decir estaban mucho más cerca de su necesidad de desfogarse que de su voluntad de ayudar a los demás. Realmente el enfoque de Max daba un giro de ciento ochenta grados en su forma de entender la sinceridad. Convencida de las explicaciones de su viejo amigo, y no queriendo prolongar sin motivo su intempestiva visita, se levantó para despedirse. Tras abrazar a Max, y en un tono inequívocamente irónico, le dijo: 
Max, eres único. Te lo tenía que decir...



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