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dimarts, 9 de desembre del 2014

“El mejor profesor de salto es un buen obstáculo”. Courtney Cazden. La Contra de La Vanguardia.


Courtney Cazden, pedagoga de 'Barrio Sésamo' y profesora emérita en Harvard
Tengo 87 años: soy joven porque aún viajo sola y aún doy clases de doctorado. Nací en Chicago: soy pro Obama excepto en los ‘drones’. Tengo dos hijas y dos nietos de los que aprender. Soy cuáquera: Jesús fue más que Dios, fue una persona. He enseñado en Barcelona en la UIC

Gracias, monstruo.
La rana Gustavo le preguntó un día al pedagogo Lesser: “Oye, Gerald, cuando vuelvas a Harvard, ¿cómo vas a explicar que has perdido el día hablando con una rana en Nueva York?”. Fui un niño Sésamo (y no tan niño), que gozaba y se relajaba con la cháchara de Epi y Blas. Hoy la profesora Cazden me da la clave: “La gran enseñanza de Sésamo no estaba en las letras y los números, sino en el respeto y el cariño que se tenían tantos muñecos y tan diferentes entre sí”. Los primates somos tribales y recelamos por instinto del diferente, pero los pedagogos de Harvard convirtieron Barrio Sésamo en una deliciosa clase de tolerancia: gracias, monstruos, y ¡ñam, ñam, galleta, galleta…!

He dedicado mi vida a enseñar, y por tanto a aprender. Por eso, mi mejor profesor fue Roger Brown, un psicólogo social extraordinario, porque también supo dar a su vida un gran significado.

¿En qué sentido?
A veces creemos que alguien hace bien algo porque nace dotado para ello.

¿Y no es así?
Al contrario, debemos agradecer a la vida que nos ponga obstáculos difíciles, porque un buen obstáculo es el mejor maestro de salto. Si no los encuentras -o no te los buscas- nunca desarrollas tu potencial, y, créame, nuestro potencial es enorme.

¿El profesor Brown la retaba?
Roger supo retarse: transformar en emoción y energía su lucha por superar sus propios obstáculos. Y transmitía esa energía. Dirigió mi tesis tras escribir un monumental manual de referencia, Psicología social.

Suena a librote más que librito.
Pues era una delicia de sensibilidad que aunaba el rigor estadístico con ejemplos literarios y de las grandes óperas universales: era mejor y más divertido que cualquier novela.

Es difícil ser riguroso y ameno.
El secreto nos lo dio Roger: sin emoción no hay razón; sin afecto e implicación personal en lo que enseñas, nadie aprende.

¿Y disciplina, rigor, esfuerzo, método?
Mi amigo Antonio Damasio…

También fue huésped de La Contra.
… ha demostrado que la razón jamás funciona sola: en nuestro cerebro se mezcla con las emociones. El buen profesor comunica, se emociona al explicar su raciocinio y así abre la puerta al conocimiento… Y le diré algo: Roger Brown era gay.

¿Y…?
Entonces, serlo era un estigma vergonzoso, pero peor aún era admitirlo. Nos lo confesó amargamente -más tarde escribió una autobiografía magnífica- porque nadie en Harvard le dio el pésame cuando murió su pareja, un profesor que compartió su vida con él.

Son tiempos felizmente superados.
Brown vertía en sus textos académicos toda su exquisita sensibilidad, frustrada por no poder expresarse en libertad, y así superó el obstáculo de la discriminación con su creatividad. Entonces la escuela era excelente.

¿Por qué entonces sí y ahora no?
Por otra barrera. Las mujeres más inteligentes eran discriminadas en política, finanzas o industria, así que se dedicaban a la enseñanza. Aquellos niños disfrutaron de los mejores profesores (profesoras) de la historia.

Lo explicó aquí el Nobel Stiglitz.
Joseph se benefició además de otra discriminación: los judíos no accedían a las universidades de élite wasp como Harvard. Recuerdo que los profesores judíos se reunían alguna vez a comer en el club y cabían todos -cuatro o cinco- en una mesa.

¿Y por eso se hacían maestros?
Sobre todo en Nueva York. La enseñanza era un oficio de enorme prestigio en la comunidad judía, así que muchos de sus miembros eran excelentes profesores que hoy hubieran sido admitidos en otros campos.

Hoy los mejores alumnos son asiáticos.
Enseñé en Singapur y pude comprobarlo. Toda la familia se vuelca en apoyar al estudiante. Hoy son ejemplo de superación en nuestra escuela. Esa era otra de las enseñanzas de Roger para Barrio Sésamo.

Ahora estoy cerca. Y ahora leeejooos.
Vaya, veo que aún se acuerda: “cerca y lejos” era parte de la educación prelingüística. Un equipo de Harvard experimentábamos con los nuevos medios de la tele.

Aún me divierto y aprendo con la rana.
Pero la auténtica innovación pedagógica era el respeto y el cariño con que se trataban todos en Barrio Sésamo: Kermit…

Aquí era la rana Gustavo.
Y el monstruo de las galletas y Bert y Ernie.

Aquí eran… ¡Epi y Blas! Y Coco.
La pedagogía debía superar el instinto tribal. Los humanos sentimos simpatía y empatía hacia quienes son de nuestra tribu, los más parecidos a nosotros, y miedo y recelo y hasta odio hacia quienes son diferentes.

Por eso los países étnicamente homogéneos son sociedades más solidarias.
En Barrio Sésamo todos eran diferentes y en cambio se apreciaba entre ellos un gran afecto. Era la gran lección de Roger, que sufrió la intolerancia, y de Gerald Lesser, nuestro coordinador pedagógico.

Una lección de futuro.
EE.UU. necesitaba como el agua esa educación para la diversidad. Diversidad de identidades, pero comunión en los objetivos.

Cada muñeco enseñaba algo al otro.
Y hoy los niños asiáticos enseñan a toda la diversidad étnica de la escuela a concentrarse, esforzarse y a aprender.

Aquí exigimos más a nuestros médicos que a nuestros maestros: nuestra sanidad es mejor que nuestra educación.
Singapur y Finlandia tienen una escuela excelente y coinciden en exigir mucho a sus profesores, pero también en darles prestigio, reconocimiento y apoyo familiar. Exíjanles, pero también denles los medios para responder a esa exigencia y compartan su esfuerzo con sus hijos.



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