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dilluns, 13 d’abril del 2015

"Si todos fuéramos normales, la humanidad desaparecería". Andrew Solomon. La Contra de La Vanguardia.

Andrew Solomon, profesor de Psiquiatria en Yale, ganador del National Book Award
Tengo 52 años y querría recuperar el cuerpo de los 25. ¡Pero no el cerebro! Nací en Nueva York: infinitas posibilidades. Progreso es multiplicar las opciones de cada uno de buscar la felicidad a su modo; las dictaduras imponen el suyo. Publico 'El demonio de la depresión'

VIVOS ERGO ENFERMOS
Si alguien es normal es que está muerto, porque todos los vivos tenemos problemas mentales en algún grado. Somos enfermos que cuidamos a otros enfermos: familiares, amigos... Nos ayudamos, y lo que no nos mata nos une y hace más fuertes. Si usted se cree normal, es que aún no se conoce lo suficiente, pero se conocerá en la vejez, poco antes de alcanzar la perfección eterna. La naturaleza no nos quiere iguales en la normalidad sino diversos para ensayar múltiples formas de adaptación al medio: se llama evolución. Si todos fuéramos normaLes, la humanidad desaparecería. Lo explica Solomon con una sinceridad lúcida que revela nuestras claves mentales.

Usted es gay, depresivo y disléxico. Y...
También estoy felizmente casado con otro hombre, John, y soy padre de 4 hijos.

Y es autor de dos libros monumentales sobre enfermedad e identidad.
Puede definirme a mi y definir cualquier rasgo de una persona o como enfermedad o como valiosa parte de su identidad.

¿Ser homosexual qué es?
Cuando iba al cole sufrí bullyíng por serlo y tuvieron que poner a un adulto para protegerme. La homosexualidad se consideraba depravación, y nuestro profesor nos decía que los gais sufrían "incontinencia fecal".

Pues yo le veo a usted muy sano.
Sufrí una terrible depresión con el cáncer de mi madre y su intento de suicidio... Pero, hoy me siento más seguro incluso que antes de sufrir lo que he sufrido, porque ahora, además, sé que puedo superar esas adversidades e incluso otras mayores.

¿Y qué nos puede enseñar a los demás?
Que nuestra mente es resiliente: sabe curarse a sí misma. Y lo que era terrible enfermedad o desgraciado defecto puedes convertirlo, si no te das por vencido y sabes darle un sentido, en parte de lo mejor de ti mismo.

¿Usted hubiera elegido ser homosexual o depresivo o disléxico?
No tuve esa elección, pero estoy orgulloso de la que hice: asumí mi homosexualidad como parte de mi identidad. Y fue revelador.

¿En qué?
Lo que no te mata te hace más fuerte y también te permite ayudar a los demás. Yo pensé que, si ser gay dejaba de ser mi enfermedad para convertirse en mi identidad, también habría otras enfermedades de los demás que podrían reinterpretarse al menos en parte como identidades y no desgracias.

Autista, enano, sordo, depresivo, esquizofrénico, down... ¿Sólo formas de ser?
Son sufrimiento... Suponen dolencias terribles para los enfermos y sus familiares y amigos. Yo no digo que haya nada divertido en ellas. Pero sí que sostengo que, si se asumen, no todo en ellas es necesariamente negativo. "La luz -dijo el poeta Rumí- penetra en nosotros a través de nuestras heridas".

Pero a nadie le gusta sufrir.
Durante las trescientas entrevistas que mantuve con enfermos y sus parientes conocí a los padres de dos autistas graves: dos niños que jamás han hablado y no saben vestirse.

Duro.
Alguien les dijo que, pese a todo, eran un regalo. Le respondieron: "Nadie nos los envió como regalo. Son un don, porque nosotros hemos elegido que no sean una carga".

Esos padres valen mucho.
A eso me refiero cuando hablo de enfermedad e identidad. Ellos no hubieran elegido que sus hijos fueran así o de otro modo, pero nacieron así y han decidido vivir esa identidad de la mejor manera posible.

Esa actitud asume el rechazo social
También la homosexualidad incluye facetas que la sociedad rechaza, pero yo debo asumirlas y no avergonzarme, porque forman parte de lo que soy. Y no voy a pedir perdón por haber nacido... A nadie.

¿Cree que hoy somos más tolerantes?
Soy profesor en Yale y fui un alumno también que sufrió discriminación, pero otro exalunmo, Larry Kramer, nos explicó lo que sufrió allí por ser homosexual en los 50: tuvo valor para no suicidarse. Y mis alumnos gais cuando enseñen tendrán alumnos gais aún más integrados. Progresamos: sí.

¿Ese progreso es para todos?
Son batallas libradas por feministas, homosexuales o militantes de derechos civiles y ahora por activistas por la integración de los enfermos mentales. Nos hacen iguales en derechos y obligaciones, aunque diversos en identidad: la manera de ejercerlos.

¿En qué sentido?
La naturaleza, para poder evolucionar, necesita la diversidad mental humana. Si los nazis hubieran aplicado su eugenesia y todos fuéramos heteros, guapos, altos y rubios, según su estrecho canon estético v mental, sería un cataclismo evolutivo.

¿Por eso defiende la escuela que integre a los niños discapacitados?
La defiendo no sólo por esos niños diferentes, sino también por los niños que consideramos normales, para que aprendan a convivir en la diversidad: eso les enriquece y, literalmente, les hace más inteligentes.

¿Quién es enfermo y quién normal?
Cada día le pueden dar una respuesta diferente, porque el canon de psiquiatría, The Diagnostic and Statistícal Manual of Mental Disorders (DSM) en cada edición, y vamos ya por la quinta, redefine los límites y diagnósticos de cada enfermedad.

Vaya lío.
No debemos segregar a los enfermos y a los sanos sino, dentro de una enfermedad, lo que es doloroso de lo que puede vivirse como parte de tu identidad y que esa parte tuya sea aceptada y disfrutada por todos.

Es curioso que cada vez quieran casarse más gais, pero menos heterosexuales.

Los heteros envidian la libertad gay e ignoran su soledad, y los gais envidian la integración y la respetabilidad hetera. Y en el futuro acabaremos convergiendo.


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