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dimarts, 16 de juny del 2015

Concedámonos el permiso de ser humanos. Pilar Jericó.

A menudo pensamos que nuestro camino hacia la plenitud ha de labrarse en torno a la eliminación de elementos negativos. Creemos que en el momento que toquemos con las manos la felicidad, automáticamente nos liberaremos de sensaciones sombrías como el dolor, la tristeza, la pena… Y precisamente puede que sea esa la razón por la que no la alcanzamos, porque jugamos con una teoría de base errónea. Quizá es esa tesis equivocada la que nos hace frustrarnos, la que nos hace pensar que no lo conseguiremos, la que nos aleja de ese nirvana que habitualmente imaginamos cuando nos recreamos en el concepto de felicidad.
El experto en psicología positiva Tal Ben-Shahar, que lleva años abordando este aspecto con enorme determinación, asegura que solo hay dos tipos de personas capaces de anular los malos sentimientos, esos malos momentos que la vida nos trae de vez en cuando: los psicópatas y los muertos. Desde luego que visto así nadie querría situarse en ninguna de esas dos categorías. Todas nuestras emociones fluyen por la misma tubería emocional. No existe un conducto para lo bello y otro para lo feo, no hay cañería de alegría y otra paralela de pena. Todas las emociones se manifiestan por el mismo lugar, lo que produce que en el momento que bloqueamos las malas, sin querer hacemos lo mismo con las buenas. Este hecho se entiende perfectamente cuando vemos a un bebé llorar de forma desconsolada y, acto seguido, reír a carcajadas. O bien cuando aceptamos que un padre puede llegar a sentir algo de envidia por el plano prioritario que ha adoptado su hijo en su vida en pareja, al mismo tiempo que siente un amor descontrolado hacia él o ella. Es compatible, y lo es porque es humano.
Por eso Ben-Shahar nos invita en este camino a la felicidad precisamente a algo tan simple como eso, como otorgarnos el permiso para ser humanos. A concedernos el permiso a sufrir y disfrutar como formas compatibles de felicidad. Porque sería un hecho insólito, antinatural, raro, no sufrir por alguna de las desgracias que en nuestra vida a veces nos ocurren. Porque sufrir en un momento determinado, llorar o sentir rabia es tan humano como la felicidad. No hay nada malo en sentir envidia, celos, rabia… pero sí puede haber algo malo en nuestro comportamiento posterior en relación a estos sentimientos.
“Tratar de impedir que salgan las emociones negativas no hace sino intensificarlas y evitar que salgan las positivas. Hay que ser plenamente humanos”
Y sinó, hagamos esta sencilla prueba: Si os pido que bajo ningún concepto penséis en un cisne rosa, ¿qué ocurre? Pues que como yo, seguramente de forma inmediata pensaréis en un cisne rosa. Solo cuando no tratamos de negar, cuando aceptamos que existen sensaciones o emociones negativas, éstas se debilitan y podemos vivir mejor, mucho más felices otorgando el valor que tienen los malos sentimientos en su justa medida. Porque como afirma la psicóloga Susana Méndez en su libro La bondad de los buenos sentimientos, “en la sociedad de la protección estamos íntimamente desprotegidos, pues hemos quitado de la paleta de colores emocionales sentimientos y emociones necesarios. Eliminamos los oscuros y nos queda un abanico especialmente colorido, casi chillón. El optimismo, la felicidad o el sentido del humor son tan necesarios como la frustración, la angustia, el dolor, la agresividad, la vergüenza o la culpa, pero estos últimos han sido suprimidos por considerarse negativos, olvidando que también tienen su razón de ser y su utilidad”.
Esta aceptación de base acaba convirtiéndose en el pilar más importante para una vida plena. Porque todos sentimos miedo, por ejemplo, pero si incluso así lo superamos y seguimos adelante, deja de ser miedo paralizante para convertirse en valentía, en coraje. Pero no basta con aceptar con resignación. El hecho de aceptar las limitaciones no debería convertirse en otro límite que nos imponemos, es decir, conocer nuestras debilidades, nuestros puntos negros ha de tomarse como un impulso para superarlos, en ningún caso un amarre a ellos.
La actriz Natalie Portman acudió hace unos años a su universidad, la de Harvard, para aconsejar a los futuros licenciados sobre su futuro laboral. ¿Qué les dijo? Pues exactamente esto, que utilizaran sus debilidades, sus limitaciones, en su beneficio.
“Cuando decidí rodar Cisne Negro (por la que recibió el Oscar), con todos los miedos que me generaba ese papel por no saber ballet, se transformó en una de las experiencias más gratificantes, porque pasé por alto mis limitaciones y valió la pena. Si me hubiera quedado anclada en ellas, no hubiera hecho esa película… o no hubiera dirigido mi propio filme que se presentó en Cannes” Portman de esta manera hacía buena la mítica frase de  Albert Einstein: “una vez que aceptemos nuestras limitaciones, iremos más allá de ellas”.

Porque las limitaciones están ahí, al igual que están  nuestros defectos, nuestras sombras… pero están ahí para que las aceptemos, para que las conozcamos y las dominemos, para que sepamos vivir junto a ellas. Solo así dejaremos salir por ese conducto compartido mucha más felicidad. Porque “por supuesto que no hay fórmula para el éxito excepto, tal vez, la aceptación incondicional de la vida y lo que trae” (Arthur Rubinstein).


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